Nuestra camionera, Verónica Peláez Zamora, trabajó en guarderías, supermercados y otras mil y una faenas, donde, dada su personalidad inquieta, no permanecía demasiado tiempo, hasta que con 30 años se montó circunstancialmente en un camión y se dijo a sí misma: Esto es lo mío. Desde entonces nadie la ha movido de ahí… ni la moverá.
“Me atrajo una percepción de libertad que hasta entonces no había experimentado en ningún trabajo, conocer a gente distinta y poder estar un día aquí y otro allá”. Cuando, al poco de presentarnos, se empieza una entrevista con palabras tan firmes como las pronunciadas por Verónica Peláez, lo propio es acomodarse bien y dejarte empapar de optimismo, valor preciadísimo en estos tiempos que corren.
Nuestra camionera lleva ya 15 años como profesional del transporte, un oficio que ella misma no imaginó ejercer nunca, pues en su familia no hay precedente alguno en este sentido. “Empecé como acompañante de mi entonces pareja, repartiendo en tiendas con un rígido, y descubrí entonces mi verdadera vocación. En marzo de 2007 –continúa Verónica– aprobé el carnet y mi primer tráiler lo conduje en la zaragozana Criado Grupo Logístico. Probé luego en Sesé, pero duré solo una semana, que se me hizo larguísima, pues la faena consistía únicamente en meter y sacar plataformas, sin salir de un recinto cerrado de la Opel. Esa no era, desde luego, la salida que yo esperaba a mi ilusión por este oficio, pero afortunadamente mi currículum obtuvo una pronta respuesta y entré a trabajar para Transmendoza”.
Esta empresa de Zaragoza, en la que Verónica permaneció cinco años, le concedió lo que tanto ansiaba desde un principio: rutas largas. “La monotonía a mí me mata. Sin embargo, ruteando por ciudades distintas la semana se pasa en un vuelo, entre que vas y vienes, cargas y descargas”.
Ser autónoma
Pasado 2012, Verónica ejerció de chófer para algunos autónomos y empresas como Luis Simoes, o Transportes Sata, pero la idea de tener su propio camión ya era una constante en su cabeza. “Tras atender la sugerencia de un amigo, compré un Renault Magnum de 480 CV y empecé a hacer portes para la cooperativa Aratrans. Era arriesgado –sonríe–, pero siempre me he sabido sacar las castañas del fuego, y en esta ocasión no tenía por qué ser diferente. Era mi oportunidad y el tiempo me ha dado la razón. En Aratrans no soy socia, de momento. Quizá con el tiempo se plantee, porque cuando estoy a gusto en un sitio me gusta echar raíces, y con el funcionamiento de esta cooperativa de transporte me siento muy cómoda, pues hago rutas muy diversas: Galicia, Andalucía, Madrid, Barcelona, Bilbao, etc.”.
Como mujer, quién sabe si evitable o inevitablemente, se ha visto envuelta en algunas situaciones de las que un hombre no suele tener noticia. “Que se te queden mirando en una rotonda o que se paren a ver, sin disimulo ninguno, cómo aculas el camión es algo con lo que una ha de lidiar de vez en cuando. Pero intento tomármelo a broma –vuelve a sonreír Verónica–, y a veces me quedo yo luego mirando a propósito cómo aculan ellos el camión. Si necesito ayuda, un día en el que por ejemplo haga mucho viento, no me da rubor ninguno pedirla, al igual que yo estoy dispuesta a ayudar a quien lo necesite, pero no me gusta que me vengan a tocar la lona sin que yo lo pida. No creo que eso sea ser rara. Pienso que a nadie le gustaría. La mayoría de los hombres son nobles, honestos y majísimos, pero están los que ves venir de lejos cuando estás sola, y a esos sí que no puedes darles cancha ni medio minuto, porque si no ya no te los quitas de encima”.
Lo que sí le costó tomarse a broma fue el tratamiento al sector del transporte en los meses más duros de la pandemia, como cuando en ocasiones le daban las llaves del lavabo de un área cerrada y le largaban un “¡suerte!” que no presagiaba nada bueno. “Estaban obligados por ley a tener los baños abiertos para nosotros, pero muchos no cumplían. Otros sí –reconoce Verónica–, y también es justo considerarlo”.
Largo futuro
Hace un año compró el Scania que acompaña nuestro reportaje, tras tener un accidente con la Cosechadora, que la tuvo algunas semanas de baja. “Me gusta este camión por sus consumos, aunque estaba muy acostumbrada al confort del Magnum. Me atrae la soledad en el camión –reflexiona Verónica–. No sé si mi personalidad ya era así, o es el camión el que ha contribuido a forjarla, pero disfruto del silencio en mi cabina. No obstante, cuando llego a casa, también sé cómo me alegra la compañía de mi madre y mi hijo, así como de mis perros, Nilo y Luna”.
Nuestra maña también se da sus paseíllos virtuales por foros como Aragón sobre ruedas, Jóvenes del camión, Camionero español o Camionero, más que un trabajo, una forma de vida. “Más que nada son páginas que uso para informarme de algunas cosas que nos atañen como sector, pero te puedo asegurar –afirma con persuasión– que los likes no me importan en absoluto. Que la vida son cuatro días, que hay que aprovecharlos y no dejarse llevar por tonterías, es algo que me quedó muy claro tras aquel accidente en el que se me reventó la rueda de la dirección del camión de un segundo para otro”.
Aunque Verónica se ve jubilándose como transportista y labrando futuro con su nuevo camión en Aratrans, el paso que no se vería dando de nuevo es el de llevar un vehículo que no fuera el suyo. Como chófer estableció relaciones de todo tipo, y algunas de ellas magníficas, pero en su horizonte particular ya no se dibuja otra posibilidad que no sea la de trabajar para ella misma. “Poder decir que no haces más horas que las que tocan, que no coges este camión, porque está hecho un desastre, que no descargas sin tarjeta, que no vuelves a este sitio impresentable… son cosas que solo puedes permitirte cuando eres autónoma. Yo lo he hecho y a mí nunca me ha faltado trabajo. La dignidad en este oficio –no podría concluir Verónica de mejor manera– tendría que estar por encima de todo”.