Soy camionera: Conchi Rodríguez, un peaje por la libertad

Soy Camionera

·  Un post de Daniel Martorell
Tiempo de lectura: 6 min.

La atracción de nuestra camionera por los camiones ha sido una constante desde que tiene uso de razón. Nació en Alemania, donde sus progenitores habían emigrado en busca de futuro, y aún recuerda perfectamente los viajes de un día y medio Alemania-Granada en el Mercedes de su padre.

La carretera, el volante, la sensación de libertad… algo de todo eso se coló en la sangre de nuestra protagonista. Y el virus sigue activo.

Camionera Conchi Rodríguez

“Con 4 años ya me subía al regazo de mi padre para aparcar el Mercedes en el garaje. Me encantaba –explica Conchi–. Hoy sigo disfrutando en cada viaje: cuando te acompaña la luna, o se abre el arcoíris delante de ti, esa libertad en la cabina es indescriptible.

Yo siempre conduzco con la ventanilla bajada, ya sea verano o invierno, porque quiero sentir la brisa en el pelo. Eso me da libertad”.

Camionera Conchi Rodríguez

Es precisamente esa necesidad de sentirse libre lo que llevó a Conchi a hacerse camionera. Y eso que nada ni nadie se lo pusieron fácil jamás.

Cuando la familia regresó definitivamente a Granada (dejaron Alemania cuando Conchi tenía 8 años), su padre se hizo taxista. La idea de su madre fue siempre que ella tomara el testigo en el futuro. Y con ese objetivo, Conchi se sacó los permisos con 21 años (taxi y camión hasta rígido).

Sin embargo, no hubo taxi. A su padre se le metió en la cabeza que eso no era para ella. Vendió el taxi y punto. Se abrió un impás de casi 10 años: “Trabajé de todo. Desde limpiar casas hasta en un supermercado o en bares. Hasta monté mi propio restaurante”.

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Era la época del boom de la construcción y nuestra protagonista despachaba cada día “40 comidas para 40 tíos” en su pequeño bar de Monachil. “Me cansé del ambiente, de estar ahí encerrada”, explica.

Así que justo una década después de haberse sacado los permisos, Conchi se dijo: “Hora de cambiar”, y se lanzó de lleno a lo que siempre había soñado.

“Me encontré con un camioncito, apunté el número de la empresa y llamé. El tipo me dijo que en dos semanas empezaba”. Y así fue. Con 31 años se puso al volante de un camioncito a repartir jamón por las Alpujarras. Ella, la única mujer, una circunstancia que la ha acompañado toda su carrera como camionera.

El primer día, el encargado la advirtió: “Aquí solo hay mujeres en la oficina; en los vehículos, solo hombres”. Conchi captó el mensaje y le contestó sin remilgos: “Mire usted, vengo a trabajar y llevarme bien con mis compañeros, si puedo. Pero para otras cosas, ya me apaño yo fuera del trabajo”. Directa y clara. A Conchi nunca le ha gustado andarse con rodeos.

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Una vida sacrificada

El trabajo con el rígido se alargó una década. Y lejos de perder interés por el oficio, nuestra protagonista se enganchó más si cabe a esto de andar de ruta al volante.

Los cambios en la empresa la empujaron a tomarse un año sabático, que Conchi aprovechó para, entre otras cosas, sacarse el permiso de tráiler.

En abril de 2010 aprobó el examen, y seis meses después, en plena crisis, empezaba a trabajar con un frigo en internacional.

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Arrancaba una nueva vida de sacrificios, pero un gozo para una enamorada de los camiones. “Es lo que siempre he querido”, reconoce. “Obviamente, te tiene que gustar, porque es duro. Pero a mí me corre gasolina por las venas. Soy de las que cuando pasa un camión por la calle me vuelvo a mirarlo. No puedo evitarlo”.

Encontrar un hueco en un camión para hacer internacional (era su deseo, estaba cansada del trato que recibía en cargas y descargas haciendo transporte regional), en plena crisis en España no fue, obviamente, una tarea fácil. “Me subí con Judith, una amiga de Granada que lleva tráiler –explica Conchi–. Camión que veía, teléfono que apuntaba”.

Durante meses estuvo mandando currículums, incluso en mano si era necesario. “Me pedían tres años de experiencia, me decían que estaba todo ocupado, incluso que era imposible que le dieran trabajo con un tráiler a una mujer”.

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Portazo tras portazo. Hasta que sonó la flauta en Murcia, en la empresa donde sigue hoy (Capitrans, de Molina de Segura).

Los inicios fueron de todo menos agradables. El paso de conducir un rígido a un tráiler se le hizo muy cuesta arriba, y lo mismo aprender a moverse por Europa. “Lo pasé fatal”, reconoce nuestra camionera, que hoy sonríe recordándolo. “Se me caía el pelo de los nervios”, reconoce.

Hoy, sin embargo, con más de siete años de experiencia en la empresa, haciendo de subida Inglaterra (verdura a centros logísticos de supermercados) y con carga general de bajada por Bélgica y Francia hasta Molina de Segura, lo más duro, dice Conchi, sea quizás pasar tantas horas fuera de casa.

“Yo no tengo familia, solo Mi Negro, que me espera en casa (un rottweiler oscuro de 12 años), pero no te voy a engañar: una tiene que ser consciente de dónde se está metiendo.

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Te tiene que gustar echar kilómetros. No es lo mismo un rígido, que entras a las 8 y duermes en casa cada día, que esto. El año pasado, salí un 7 de diciembre y no volví hasta el 28 de enero.

Este año, me tomé las uvas saliendo del tren hacia Inglaterra… ¿si siento soledad? La soledad es el precio de la libertad”. Así es. Seguramente, en esta profesión ese es el peaje que hay pagar.

Conchi reconoce que el mundo del transporte aún arrastra una carga machista. No obstante, ella capea esos brotes con solvencia. Jamás ha tenido problemas serios por ser mujer y camionera. Para ella, lo importante en este mundo es la tenacidad.

“A las jóvenes que se quieren dedicar al camión solo les puedo decir que sean fuertes, que si les apasiona de verdad tiren adelante, sin miedo”. Palabra de Conchi. Y de fortaleza ella sabe un rato.

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