Y fue entonces cuando se decidió a ser camionera. Alicia Martínez subió a esa ola que siempre había divisado a lo lejos y en secreto y, desde hace dos años, surfea en ella, aferrada con fuerza al volante.
Hija de un funcionario del Hospital Provincial de Zaragoza, María, madre de Alicia, albergaba para su hija el deseo de que fuera enfermera, pero ella, desde casi adolescente, sintió una agitación extraña por ser camionera.
Era una vibración inexplicable, pues nadie en su familia más directa formaba parte de este oficio.
Tras cursar estudios de auxiliar administrativo, con apenas 20 años trabajó de locutora-vendedora en un bingo, en aquellos tiempos en los que los números no eran cantados por una voz pregrabada y las tragaperras estaban aisladas en un rinconcito de la sala.
“Era un oficio muy considerado y bien pagado –recuerda–. Era joven y estaba en mi salsa, pero al tener a Daniel, mi primer hijo, decidí aceptar la oferta de mi hermano para trabajar en su carnicería. Eran muchas horas, pero lo hacía a gusto.
Con él era fácil consensuar ciertos horarios para cumplir mis requerimientos maternos, pero en mi cabecita, no me preguntes por qué, siempre se dibujaba aquella fantasía de conducir un camión”.
Carnet a los 50
Unos 17 años después de empezar a trabajar en la carnicería, y cumplidos ya los 10 años de Silvia, su segunda hija, Alicia se decidió a aprovechar ese momento vital al que aludíamos en el inicio del reportaje y soltar así amarras, para dejarse llevar por el viento del transporte por carretera.
Sabedora de que no iba a ser entendido a la primera ese impulso vital, dados sus 51 años cumplidos y el disponer de un trabajo fijo, nuestra mujer quiso prevenirse de toda contaminación acústica en forma de reprobación, censura o, en el mejor de los casos, consejo paternalista; de manera que solo informó a sus hijos y hermano de que se iba a sacar el permiso para conducir un tráiler, y alcanzar su sueño de camionera.
“Mi cuñada trabajaba en la Autoescuela Grupauto, de Zaragoza, y allí fui con la intención de conducir un camión grande. No quería llevar un autobús ni un camión pequeño.
Tenía claro que iba a por el tráiler, pero había que empezar por el C y la teórica sobre mecánica se me hacía muy complicada. Todo me sonaba a chino –reconoce, hoy sonriente–, pero estudié muy duro, porque lo quería aprobar a la primera. Lo conseguí y el E posterior ya fue coser y cantar”.
¿Por qué no antes?
Cuando hablamos de ese momentum de Alicia en el que todas las circunstancias reman en un sentido, es obligado referirse al hecho de que tres meses antes de obtener su permiso ya tenía un contrato de trabajo suscrito con el Grupo Sesé, firma para la que desde entonces trabaja.
“Fui pionera en apuntarme a un curso programado conjuntamente por Sesé y el INAEM (Instituto Aragonés de Empleo), en el que todos mis compañeros eran hombres.
Sellé mi compromiso con esa firma de transportes y, en julio de 2017, ya con el permiso en la mano, me pusieron con una mujer camionera para hacer mis primeros portes a doble chófer. Para agosto –señala con orgullo– ya hacía ruta yo sola con un MAN”.
A sus 53 años, y con solo unos meses de experiencia en el oficio, esta maña afincada en Utebo percibe, una a una, todas las radiantes emociones que desde que era niña se venía imaginando.
“Cuando me meto en el camión lo tengo todo. Disfruto la soledad. Nada es duro cuando te gusta. Me siento realizada –concluye tajantemente–, y si no fuera porque con el paso de los días echo de menos a mis hijos, podría estar semanas y semanas sin pasar por casa”.
Esa es la pegunta que de tanto en cuanto viene a la cabeza de Alicia. Si tenía claro que esta era su vocación, por qué no dio antes rienda suelta a sus anhelos de transportista.
“En la vida hay cortapisas que te vas poniendo por ese miedo, que hoy veo sin sentido, a que los tuyos no comprendan que dejes un trabajo estable por otro como este, en el que una mujer no suele fijar sus objetivos.
En la charcutería mi trabajo era cara al público –prosigue Alicia– y siempre estuve a gusto, pero dentro de una tienda todo transcurre rutinariamente, da igual que nieve o que estemos a 35º. En un camión sientes la vida, la climatología, los distintos paisajes y, sobre todo, sientes tu interior, tus pensamientos… hasta los latidos de tu corazón”.
Con Alicia quedamos en una noche aragonesa de invierno. Cuando asoman los primeros rayos del día, ajusta las cinchas de su tauliner, mientras contesta las últimas preguntas de nuestra entrevista. En el Scania 450 que Sesé le tiene ahora asignado, lleva bovinas de papel con destino a Europa.
Nunca tuvo miedo por ser mujer. Es más, siente por lo general la sonrisa de admiración que despierta su llegada en algunas fábricas.
No obstante, rara es la vez en la que para a descansar en un área que no tenga gasolinera, pues ya sabe lo que es que le rajen la lona para intentar robarle.
A casa acostumbra a llegar el fin de semana, que es cuando su hijo le pasa las novedades de su hermana, que aún tiene 11 añitos. “Tengo suerte de que Daniel, con 21 años, sea muy responsable. En mis primeros viajes me era duro dejarlos en casa.
Hablaba con ellos cada día y lloraba. Cuando volvía a casa se les salían a los dos los ojos de las órbitas, pero con el paso del tiempo ya se han acostumbrado y mi hijo –ríe con fuerza para acabar el reportaje – ya es muy independiente y se ha adueñado hasta del coche.
A los dos los he hecho conscientes de lo que me ha costado llegar hasta aquí, por mi edad y por ser mujer. A mis 53 años, cuando tal vez ya estén de vuelta en este oficio, yo ansío aprender y siento que me como el mundo.
Sabía de sobra que uno no se mete a este oficio por dinero, sino por vocación. Me siento pletórica, duermo de un tirón en mi cabina y disfruto de mi persona como nunca lo hice. Este es mi momento”.