Felicidad es habitar en una costumbre que te apasiona y sentir un ideal con el que recorrer la vida, pero si cambiamos ‘costumbre’ por ‘profesión’ e ‘ideal’ por ‘camión’, la frase queda aún más niquelada para Pedro.
Son largos y trasnochadores los caminos por los que nuestro hombre de Laredo transita antes de llegar al beso con el que su mujer, Ana, le desea felices sueños, más allá de las 10 de la mañana. La suya es una soledad nocturna y errante, que culmina a diario en ventura familiar, por la que este hijo y nieto de camioneros se ha deslizado durante toda la vida.
“Mis dos abuelos trabajaron en la construcción de este puerto de Laredo en el que estamos –afirma Pedro Miguel–, y también movieron mucha madera en una serrería. Mi padre, Pedro Molina, al que le hicisteis un reportaje en “Rutas de la memoria” del que se enorgullecía mucho, también me abrió las puertas de este oficio, hasta que con 24 años me emancipé con un MAN 362 de segunda mano, al que le han seguido cuatro MAN más. No obstante –ríen él y su mujer, que también nos acompaña–. La cuarta generación Molina de transportistas no se va a dar, porque mis hijas Anjana y Alba no muestran mucho interés por el camión. Que sean lo que quieran –concluye–, pero sobre todo que sean siempre tan felices como lo soy yo al volante”.
Alba y Anjana, junto a Ana y el apellido Molina, son los apelativos que ilustran el frontal de este decorado. Hasta la fecha, nuestro protagonista siempre había estampado en sus MAN hermosas anjanas (en la mitología cántabra, las anjanas son hadas de buen corazón, generosas y protectoras con los habitantes de la zona), pero ahora se ha decantado por una decoración más geométrica, con un magistral dominio de los grises, y en el que peculiares estelas cántabras destacan en la chapa de la cabina y las llantas. “En Carrocerías Villfer (Praves), me puse enseguida de acuerdo con el pintor a la hora de elegir plantillas. Estuvo el camión unos 15 días en maquillaje –ríe–, hasta llevarlo a matricular”.
En nuestra sesión fotográfica no cesan los viandantes de pedir permiso para hacer sus fotos. “Estoy acostumbrado –remata Pedro, con naturalidad–, pero me llena de gozo como el primer día”.
Antes de ser camionero, Pedro Miguel trabajó en una conservera. Ya autónomo, condujo para diversas firmas (Transportes Cuervo, etc.), hasta recalar en Transabadell, un gigante con medio siglo de historia, para el que a diario hace una ruta nocturna fija, que abarca Cantabria, Euskadi y Navarra. Eso sí, el fin de semana siempre lo pasa en casa con sus bellas aljanas.