Su hermano Eduard y él han vivido desde siempre el mundo del camión y del transporte en casa. De hecho, fue Mariano, su padre, quien en el año 1954 empezó a trabajar para una harinera distribuyendo el producto entre el gremio de los panaderos de Barcelona.
El inquieto personaje se iniciaba con un Studebaker, un camión fabricado en América por una familia de inmigrantes holandeses que fueron quienes pusieron la primera piedra del negocio, mediado el año 1700, aunque en aquellas fechas construyesen únicamente carrozas y carruajes: el embrión del transporte actual. Mariano alternaba en ocasiones la distribución de harinas con la de áridos que extraían de ambos márgenes del río Segre.
A todo esto, Claudio y yo nos hemos refugiado en el coche, protegiéndonos del aire frío alcarrasino que nos azota. Él ha sacado el Barreiros Super Azor del hangar y Míriam se aplica en el capítulo de las fotos, moviéndose alrededor de nuestro objetivo.
El camión es una auténtica preciosidad, que luce una impecable restauración en todas las áreas: caja de carga, cabina, interiores, guarnecidos, mecánica, pintura…
Claudio prosigue con su relato: “Cuando el Studebaker llegó al final de sus días, mi padre compró este camión, el Barreiros”. En aquellos años, cualquier carga y descarga se realizaba a mano, igual que las entregas. Mariano Herguido se dirigía diariamente a la harinera, por la tarde, para cargar los sacos de harina que debía repartir esa misma noche.
Se hacía todo a mano y a lo sumo ayudados de una carretilla, que entonces era la única asistencia mecánica que existía. Una vez los sacos en el camión, partían de Alcarrás, con destino a Barcelona.
Nuestro interlocutor continúa explicándonos, no sin antes aclarar que se trata de unos recuerdos que le han quedado muy grabados en la memoria, sus vivencias propias de adolescente y lo que le explicaba su padre: “Sobre las nueve de la noche salían con el Barreiros en dirección a Barcelona, siempre dos personas, mi padre y el ayudante.
Un par de horas después era la hora de la cena, que acostumbraban a realizarla en La Panadella. Cuando paraban, el ayudante saltaba raudo de la cabina para coger el calzo y asegurar bien el camión”. Sobre las once de la noche reiniciaban la marcha y solían llegar a la ciudad sobre la una o una y media de la madrugada. “Entonces con los sacos a la espalda, uno por uno, iban entregándolos en las distintas panaderías que cocían el pan de madrugada para que estuviese listo a la mañana siguiente”.
Cuando el punto de entrega quedaba algo alejado, utilizaban la carretilla, una pieza también restaurada y que descansa en la caja del Barreiros Super Azor.
Esta es la cuestión por la que Eduard y Claudio decidiesen recuperar el Super Azor, en recuerdo y homenaje de Mariano Herguido, su padre e iniciador de la empresa.
Se pusieron manos a la obra en una de las naves que Herguido, S.L., posee en la leridana Alcarrás. Los dos hermanos regentan actualmente una cantera propia, realizan excavaciones, suministran áridos y diversos materiales para la construcción, entre otras actividades.
La restauración la han dirigido y llevado a cabo ellos por completo. En la época invernal, los días de lluvia o nieve, el tajo de la cantera permanece inactivo por cuestiones de seguridad. Llegados a este punto hay que destacar que Claudio es un experto maquetista, amante del aeromodelismo y de las bellas artes.
Este aspecto es ya de por sí una garantía a la hora de realizar una restauración. Así que se decidieron a desmontar por completo el veterano Barreiros y realizar paso a paso una exquisita recuperación, una pieza que bien podría formar parte de las joyas de colección que la propia Fundación Barreiros, auspiciada por Mariluz, la única hija del fundador del imperio, posee en las afueras de Madrid.
Con precisión relojera
Para Claudio, el camión no deja de ser una maqueta a escala real. Con esa meticulosidad como premisa y viendo el resultado final, no podemos más que descubrirnos ante semejante pieza. “No se trataba –aclara nuestro anfitrión– de eliminar los óxidos y darle un lavado de cara”. Por decirlo de algún modo, en el desmontado no quedó ni un tornillo con su tuerca. Todo, absolutamente todo, se despiezó por completo. Se restauraron las piezas con toda la dedicación del mundo y las que no fueron posible, las fueron localizando.
Algunas ya no existían, pero se encargaron a forjadores, chapistas o especialistas en caucho para que se fabricaran de acuerdo con las originales. Es el caso, por ejemplo, de los faldones posteriores, vueltos a inyectar en caucho y serigrafiados con el logotipo original de Barreiros en blanco.
La pulcritud con que se ha llevado a cabo la aplicación de la pintura es extraordinaria y ha sido el único proceso que se ha llevado fuera de las instalaciones de la empresa: en los talleres Central, de Alcarrás.
La madera para la reconstrucción de la caja o la carretilla es obra de Eduard, muy aficionado a trabajarla, y es preciso destacar también esa excelente labor en el proceso. Esta es solo una pequeña muestra de la autoexigencia que se aplicaron los hermanos a la hora de llevar a cabo el trabajo. Los cromados, la baca sobre la cabina o incluso la carretilla original que el padre utilizó para trasladar los pesados sacos de harina.
Todo ha pasado por una cura de rejuvenecimiento muy difícil de describir. La mecánica, el veterano motor de 4 cilindros y 115 CV, de 1967, arranca a la primera insinuación de la llave de contacto.
Le pregunto a Claudio por el freno eléctrico que lleva el Barreiros Super Azor y explica que no era de origen, pero que su padre lo instaló posteriormente: “Cortaban la cardán y entre cuatro o cinco personas lo sostenían para instalarlo, piensa que pesa unos 400 kg y antes no existían carretillas ni elevadores hidráulicos”.
Aun así, añade, “después de bajar La Panadella y el Bruc, desde Esparreguera hasta Abrera iban echando humo de los frenos…” Historias de una época del transporte, de aquella legión de valientes emprendedores como Mariano Herguido y a todos aquellos que Claudio y Eduard han querido homenajear con el Barreiros Super Azor. No vamos a contar más, preferimos que sea el lector quien juzgue a través de las imágenes que acompañan estos textos.
Mi padre tuvo un Krupp, al que se le puso el motor, cambio y diferencial de llevaba este Barreiros, sin embargo yo creía que el super azor tenía el motor de seis cilindros u 170 CV y que el de 115 CV era el azor.
Precioso. A mí también me trae buenos recuerdos de mi niñez, junto a mi padre. Este modelo fue uno de los primeros con los que él empezó.