La ilusión de un novel, con el tacto y la sensatez de un veterano, se confabulan con Avelino Gil, un hombre de 72 años, que no tiene la jubilación entre sus planes más inmediatos.
“Mientras me sigan renovando los permisos y yo me vea bien, no me imagino de otra manera que llevando mi camión”.
Oyendo estas palabras de Avelino está claro que sus perspectivas de futuro le impulsan aún más fuerte que sus recuerdos, como si, ¿quién sabe?, lo mejor estuviera todavía por llegar.
No obstante, a poco que hables con él, es obvio que los recuerdos de este turolense, nacido en el pequeño pueblo de Ladruñán, y venido con toda la familia a Calahorra en 1959, son de gran brío emocional.
“A los 14 años compramos un Ebro de 5 toneladas, de esos que hacían en Barcelona. Desde un principio –habla Gil, con su sempiterna sonrisa– encontramos trabajo en el recorte de hojalata, que cargábamos a mano con un horca, nada que ver con las plumas de ahora, para llevarlo a un desestaño en Lodosa (Navarra). Una vez sacado el estaño, lo restante iba a la chatarra”.
Con su padre, Juan Antonio; y su hermano José, en casa fueron desfilando distintos modelos (Barreiros 115, Pegaso 200 con cambio de palanca, Barreiros Dodge y algún Pegaso más), hasta que al lograr reunir un camión para cada miembro de la familia, cada uno se puso por su cuenta.
“Recién llegado del servicio militar, con 23 años, me hice con el Pegaso 200 de doble embrague; y desde entonces nunca he dejado el sector de la hojalata en sus diferentes formas, aunque también puedo llevar conservas o barniz en bidones.
Desde entonces –afirma con satisfacción– trabajo para ArcelorMittal Casisa, que operan en toda la gama de aceros para la producción de envases y tiene dos centros de corte en Barcelona y Asturias, que son las rutas que yo hago habitualmente. Decir que para mí Casisa es mi familia no tiene nada de exagerado. He trabajado con ellos toda la vida”.
Su Volvo 650
Además del Volvo 650 que ilustra nuestro reportaje, Avelino tiene dos Volvo 500.
“Durante un tiempo tuve a estos dos últimos parados, pues me fallaron los chóferes, y ahora lo más posible es que mi yerno Jesús y yo nos vayamos turnando un Volvo 500 y el 650. El tercero seguramente lo venderé.
El Volvo 650 –se le afila la cara a Avelino– anda que se mata, igual cargado que vacío. Con 27,5 toneladas y el retarder, bajar los puertos es una gozada. La tauliner la manejo mucho mejor ahora, con 72 años, que de joven, con aquellas lonas en las que tenías que subirte encima del camión para poner y quitar los arquillos.
De todas formas –concluye Gil–, no me importa dejarle este camión al yerno, porque yo le tengo mucho cariño a mi Volvo 500, con el que he hecho casi millón y medio de kilómetros”.
La entrevista con Avelino la alargamos lo justo, pues al día siguiente ha de hacer su ruta habitual a Asturias, y de vuelta descansará donde le diga el disco.
“Puede ser en Burgos o Santander. La ruta no es una ciencia exacta, pero 2 o 3 días sí suelo dormir fuera de casa. Por supuesto que he visto jubilarse a muchos compañeros en los últimos 50 años, pero a mí me siguen recibiendo de una manera muy personal y amable allá por donde vaya.
Claro que mi mujer, Eva, me dice que a ver si me jubilo ya –reconoce Avelino– , pero entre que no somos mucho de viajar por ahí, los jefes siguen contentos conmigo y que ella me ve feliz y en forma con el camión, pues tampoco me insiste mucho”.
Avelino nos recuerda una anécdota que revela lo mucho que ha visto cambiar el oficio: “Pinché en los Monegros y cuando bajaba con el buzo y dos gatos, ya había un mínimo de 10 personas para ayudarme. Aquello parecían los boxes en un circuito de carreras.
Solo tuve que levantar el camión y cada uno sabía lo que tenía que hacer. Ni 5 minutos duró la operación. Tomamos un café y luego cenamos y dormimos en La Panadella.
Ahora el compañerismo es prácticamente nulo, pero cuando uno ejerce el oficio que le gusta, siempre vence lo bueno a lo malo. Mientras pueda seguir obteniendo mis carnets cada tres años, aquí seguiré, como un cosaco”.