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Adictos al «fast-food», un problema de los camioneros americanos

El Departamento de Transporte estadounidense controla cada dos años el estado de sus camioneros. El examen físico es obligatorio, y no superarlo conlleva la retirada de la licencia de transporte. Aquellos que presentan niveles de presión sanguínea muy elevados, problemas de corazón o diabetes se ven forzados a una baja de tiempo indeterminado.

Sin embargo, pese al aparentemente exhaustivo control, el sobrepeso no aparece en la regulación; y eso, en un país plagado de costa a costa de restaurantes de comida rápida o «fast-food», y donde el oficio de camionero implica recorrer miles de kilómetros a la semana, condena a los “truckers” a una paulatina degradación de su salud, además, prácticamente inevitable.

Si bien se trata de un trabajo altamente valorado por la mayoría de los ciudadanos estadounidenses (“Son los cowboys de la carretera, los encargados de que tengamos todo lo necesario a nuestra disposición cada día”, nos comentan en un restaurante de Chicago), lo cierto es que el riesgo que corren es muy elevado y va mucho más allá de los inherentes accidentes de tráfico.

Jornadas maratonianas, cientos de horas sentados, estrés y prácticamente ninguna posibilidad de variar la dieta, convierten al transportista en un esclavo de un sistema perverso, donde la comida rápida y los ritmos de trabajo terminan por hacer mella en su salud.

Es cierto que más de la mitad de los norteamericanos (es decir, alrededor de 120 millones de personas) padece sobrepeso u obesidad, que el país es, en sí mismo, una oda al fast-food, a la comida calórica y a la ingesta de refrescos azucarados, y que, por lo general, la variedad alimenticia no es su fuerte.

Pero no lo es menos que toda esa cultura condena aún más a aquellos que viven en la carretera y cuyas posibilidades de escapar de esa rutina son prácticamente nulas.

Las estadísticas del Departamento de Transporte son abrumadoras: cerca del 86 % de los camioneros que trabajan en Estados Unidos padece sobrepeso y un 55 % sufre obesidad.

A ello hay que sumarle los problemas de salud derivados, cuyas consecuencias hacen que la esperanza de vida del camionero yanqui se reduzca en 15 años respecto a la del resto de los ciudadanos. El estadounidense aprecia el trabajo del camionero, pero pocos son los que toman consciencia del tipo de vida que realmente llevan y al que se ven abocados sin remedio.

Esclavos del sistema

No es necesario que os hablemos del tipo de restaurante que domina los arcenes de las carreteras en USA. Quienes habéis viajado allí, ya sabéis a lo que nos referimos. Y los que no, tenéis miles de referentes en las películas. Hamburguesas, tacos, perritos calientes, pollo frito, patatas… uno jamás morirá de hambre, pero no esperéis encontrar un menú variado. Es prácticamente una quimera.

USA fast-food

Los establecimientos de “fast-food” lo copan todo, levantándose a ambos lados de la carretera, exhibiéndose con enormes carteles y ofreciendo comida inmediata a bajo precio.

Dos cualidades que, en una profesión en la que los tiempos están tan ajustados y en un territorio tan vasto como el norteamericano, se ajustan como un guante de seda a las necesidades del “trucker”.

Roger Escuain, un camionero español que hizo las Américas y con quien compartimos varias horas en Iowa, nos hablaba de la problemática de la comida. “Aquí prácticamente ningún camionero cocina su propia comida. Y el problema es que cada restaurante ofrece exactamente el mismo menú.

En España sabes donde se come mejor o donde es más variada la comida, pero aquí da igual. En todas partes te sirven lo mismo”. Chris Donald, un veterano de la carretera yanqui, nos comentaba con resignación las pocas alternativas a sus hábitos alimenticios: “Si quiero llegar a tiempo para cargar, no puedo parar una hora a comer. Así que me bajo diez minutos, estiro las piernas, aprovecho para repostar y me compro algo de ‘fast-food’ para comer por el camino”.

Desde hace un tiempo, la obesidad en los camioneros y sus problemas de salud derivados se han convertido en el enemigo a batir.

Los frentes que lo combaten son varios: desde la Administración hasta las propias compañías de transporte, pasando por multitud de empresas privadas de salud que ofrecen servicios milagrosos a través de anuncios en revistas de todo tipo. El ejercicio físico es, obviamente, la regla número uno.

“Seamos honestos –nos confiesa Sheldon Wahlert, otro camionero con sobrepeso–, cuando cargas desde hace años con algunos kilos de más alrededor de la barriga no es fácil bajar de peso, aunque hagas deporte, y la comida procesada que consumimos tampoco ayuda mucho que digamos. Tiene que haber otra forma de reducir grasa sin hacer ejercicio, y ha de ser sin cambiar nuestro estilo de vida”.

Mientras los fabricantes apuestan por cabinas más espaciosas y asientos más anchos (el tamaño del cliente es el que es), las empresas de transporte y los organismos públicos se desviven por cambiar los hábitos de los camioneros.

No en vano, hay cerca de cuatro millones de conductores transportando mercancías a diario por las carreteras del país, además de un número indeterminado de camioneros latinoamericanos. Muchísima población.

La Administración no puede dejar sin licencia a un conductor obeso ni puede hacer que deje de fumar, por eso el objetivo es ahora hacer entender a la gente la relación directa entre estar sano y ser un conductor seguro.

“La salud de esos trabajadores se ha convertido en una obsesión para las compañías”, asegura un miembro de la ATA, una asociación de transportistas que reúne a cerca de 2.000 empresas. “Los costes sanitarios están por las nubes, así como el gasto por compensaciones a los trabajadores. Por eso ahora se está tomando en serio”.

Leemos en la prensa norteamericana que la compañía Celadon Group, que da empleo a cerca de 3.200 conductores, lleva un tiempo haciendo pruebas de presión sanguínea y colesterol a sus trabajadores en su centro de Indianápolis. Según la empresa, la iniciativa ha logrado reducir sensiblemente los gastos médicos.

USA fast-food

Melton Truck Lines, por ejemplo, ha optado por cambiar en su sede central de Tulsa las expendedoras de refrescos por máquinas de té verde, agua y bebidas dietéticas. Además, ha puesto en marcha un programa voluntario de pérdida de peso. La compañía Schneider, con más de 10.000 trabajadores, ha repartido máscaras especiales contra la apnea del sueño entre los conductores a los que se les detectó el trastorno.

El Gobierno estadounidense se moviliza, las compañías también. Y mientras, el conductor sigue amarrado de pies y manos a un sistema cada vez más “fast” y menos “food”, aunque ahora sabiendo que los malos hábitos derivan en enfermedades graves.

¿Cómo salir de este laberinto? El pez sigue mordiéndose la cola y el colesterol continúa campando a sus anchas a derecha e izquierda de las carreteras norteamericanas.

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