De uno, que debió levantarse agudo y graciosillo ese día, escuchamos una vez que el verbo contraer sólo se utiliza para según qué enfermedades y, fíjate tú qué casualidades, también para el matrimonio.
El lenguaje tiene estos caprichos. Lo que sí os podemos asegurar, conviviendo un día con Luisa y Juan Carlos, es que la convivencia y connivencia que se respira puertas adentro y afuera de su Scania es total, y ya no digamos su sentido del humor.
Él dice que manda ella y ella dice que manda el banco. Su alegría muy pronto también la “contraemos” mi compañero Dani y yo.
“Pocas veces regañamos –dice Luisa con una pícara sonrisa–, pero algún día vais a ver cómo le diré que se baje para ver por qué no funciona la luz de atrás… y déjole ahí”. Ese “déjole”, entre risas, lo pronuncia con el mismo gracejo asturiano con el que le recita cariñosamente, a los pocos segundos, la expresión “este prubitín”, que delata una de las más bonitas cadencias de la lengua castellana que se modula en esta parte de España.
De Silvamayor ella y San Pelayo de Tehona él, Luisa y Juan Carlos llevan casados desde 2000, pero ya se conocían desde pequeños, e incluso compartían autobús (y miradas) para ir al mismo colegio.
La de Juan Carlos es una vida ligada de siempre a la carretera, y es que su padre Rafael ya empezó a labrarse su futuro y el de los suyos con una carroceta. “Poco antes de enterrar a mi padre, recuerdo que nos dijo que se iba de este mundo muy orgulloso de que su hijo y su nuera fueran camioneros.
Aprendí mucho de él –afirma nuestro hombretón, con un nudo en la garganta–. Con 14 años ya llevaba yo el coche de maravilla, y es que a mí conducir no me cansa. Puedo llegar de Hungría con el camión y coger el coche para hacerme otro porrón de kilómetros tranquilamente”.
Con nuestra pareja protagonista compartimos jornada en las dependencias de COBANOR, cooperativa de transporte con sede en el polígono industrial de Tabaza (Carreño, Asturias), especializada en el transporte nacional e internacional de grupaje, carga completa y todo tipo de mercancías.
Juan Carlos ya hacía internacional cuando Luisa trabajaba en un supermercado, pero un tirón en la espalda de esta última, trajinando con palés, les hizo tomar una decisión que desde hace tiempo se venía vislumbrando, como es la de que ella se sacara también el carnet de camión y compartieran ambos la ruta.
A día de hoy, ya han superado con creces el millón y medio de kilómetros juntos, y su día a día tanto puede transcurrir por Bélgica o Alemania como por Bilbao o Madrid.
Su Scania R560 es su palacio, con las cosas buenas y malas que también tienen las residencias reales, porque una atmósfera de 18 horas seguidas de conducción, como las que respiran de vez en cuando, es inevitable que albergue de todo. “Los amaneceres y los atardeceres son para mí los momentos clave de resistir –nos confiesa Luisa–.
Hay veces que estás cansada de verdad, y es que uno de nuestros viajes naturales puede durar tranquilamente 5 días completos de reparto por Austria, Alemania o donde haga falta. Igual nos da con la tauliner un domingo en Galicia que un miércoles en Bruselas, y tanto podemos llevar cierres para fincas que leche, bovinas o madera.
No todo el mundo valdría para esto, pero nos entendemos y nos queremos mucho, aunque –suponemos que Luisa debe pensar que ya basta de romanticismos– es un desastre, porque en casa deja la toalla en cualquier lado y, sin embargo, en el camión lo tiene todo limpito y al milímetro”.
Luisa asegura estar encantada con sus compañeros masculinos. “Yo no veo actitudes machistas conmigo entre colegas, y te diré que hay jefas de seguridad que a veces son más ásperas que mis compañeros hombres, pero lo que sí he detectado es ciertas diferencias de trato al llegar a algunos sitios a descargar, y el que por cada vez que a Juan Carlos le solicitan el permiso, a mí me lo piden diez veces.
En algunas fronteras, sobre todo del Este de Europa –prosigue–, él pasaba el trámite para evitar preguntas y esperas innecesarias, y luego nos cambiábamos el volante en la primera gasolinera. La gente se quedaba flipada» –vuelve nuestra protagonista a reír.
Las horas con esta pareja se pasan sin que te des cuenta. No hace falta que el uno le explique al otro lo dura que se ha puesto la cosa para el/la profesional del transporte, pero no se ven cambiando su oficio por nada, aunque en este punto quizá habría que matizar que Luisa no se muestra tan firme como Juan Carlos.
“Tal vez por una familia sí dejaría la ruta, al menos temporalmente, pero desde luego que nunca por cambiar a otro oficio”. Como se adivina por sus palabras, descendientes directos no tienen, pero hablan de su sobrina Myriam, que ahora tiene 8 años, con absoluta devoción.
“Con 2 años ya ponía el navegador y las luces –nos dice un sonriente tío Juan Carlos–. Si le preguntas de quién es el camión, me dice: ‘El camión es mío y de la tata Luisa, pero del tío Carlos, nada’. Tenemos su nombre grabado en el lateral del camión y verla es siempre una de nuestras ilusiones cuando volvemos de varios días de viaje”.
Luisa y Juan Carlos posan junto a su Scania con una gracia extraordinaria. Han pensado en decorar el camión alguna vez, pero en el gasoil y las autopistas dicen que se les va tanto presupuesto, que no contemplan de momento materializar esa idea, aunque quizá sí la de hacer un bonito tapizado por dentro.
Cierto es que éste es su hogar como ningún otro, así que ¿cómo no van a querer tenerlo al gusto? Entre sus cuatro paredes de aleación rutera se cuidan, se miman, se buscan… se encuentran. El volante de su vida gira y gira sin parar.