Su primer viaje, ese en el que te pones a prueba, sobre todo ante ti misma, fue como la épica preparación de la Maggie de “Million Dollar Baby” para boxear. ¿Nieve hasta las pestañas, reventón de rueda y problemas con las tarjetas y el Adblue? Prueba superada. Ya estás lista para subir al ring rutero.
Cuando volvió a su casa, todos los enigmas que para ella circundaban sobre este oficio se tornaron entusiasmo. Sus ganas de seguir aprendiendo le han otorgado una fiereza casi insólita a sus, deliciosamente insolentes, 24 años.
Su Clint Eastwood particular en aquella primera odisea camionera hasta Suecia fue Jaume, su pareja. En aquellos días de un gélido febrero se cruzaron media Europa. De todas las adversidades citadas a la entrada de este reportaje, una bisoña y siempre curiosa Saray fue tomando nota.
“No me amedrenté lo más mínimo –nos explica esta mujer nacida en Amposta (Tarragona)–. Aprendí a anular un pulmón de suspensión que se nos había reventado y la lona estaba tiesa por congelación, pero yo chispeaba de agitación por dentro. Ya no podía ser otra cosa que camionera”.
Nadie en el entorno más cercano de nuestra protagonista está relacionado con el sector del transporte, pero en sus conversaciones con personas afines, sí fue dándose cuenta de su extraño encandilamiento por cualquier tema relacionado con los camiones. Escuchaba con embeleso y preguntaba con curiosidad, hasta el punto de que a los 20 años, ante la disyuntiva de matricularse para estudiar Integración Social o sacarse el CAP, optó por lo segundo.
“Mi vocación desde niña era la de ejercer de educadora social, trabajando en cárceles, centros de menores o algo parecido –afirma–, pero la llamada de la carretera se me hizo en ese momento más urgente en mi interior más emocional.
Tras el CAP vinieron el C y el C+E, pero aún hoy –puntualiza Saray–, no descarto estudiar algún día algo relativo al ámbito social cuando tenga mejor organizados mis horarios con el camión”.
La rutina de esta Ampostina, efectivamente, no es un canto a la regularidad. Entre las 3 de la madrugada y las 7, cualquier hora es factible en su despertador para ir de camino a una fábrica.
En Transambiental, con sede en Lleida, trabaja desde los 22 años. Esta empresa, especializada en el transporte de mercancías peligrosas, aunque en sus tauliner, cisternas, plataformas, y trenes de carretera llevan prácticamente todo, colma por el momento las aspiraciones de esta joven, que ve cómo su experiencia se va agigantando.
“Empecé en mi primera empresa con sendos Iveco y Renault, que tenían más años que yo. En el Renault –nos confiesa– ponía un gran rollo de papel tras mi espalda para poder llegar al embrague. Luego conduje un Mercedes, un MAN y un Scania 410 (mi niño), hasta llegar al DAF 480 Euro 6 actual, que es mi palacio, cómodo y espacioso”.
Plena confianza
A sus 24 años ya ha hecho ruta con seis de las siete grandes marcas, pero las ganas con las que sube al cuadrilátero de su DAF XF 105 Super Space Cab crecen cada día. Su pareja sí tiene decidido formar su propia empresa, pero ella prefiere ir acumulando experiencia y bregar por que su día a día laboral y personal puedan ir conciliando espacios. En ese sentido, ya ha conseguido que la práctica totalidad de sus fines de semana sean para ella.
“A la carretera no le tenía miedo, pero albergaba dudas sobre si iba a echar de menos mi vida social. Al final –reflexiona–, el ser humano se hace a todo. ¿Quién nos iba a decir que nos acostumbraríamos a vivir y trabajar bajo la amenaza de un virus? Pues hay que hacerlo.
Es cierto que como más de cajón y socializo menos en las áreas, pero –ahora sí que sonríe anchamente–, con Xulo me siento acompañada, segura y querida a más no poder”.
Xulo es el expansivo copiloto de Saray. Este pitbull, mimoso y leal, ni probaba bocado de su comida hasta que ella no llegaba a casa. Tanto era lo que se echaban de menos mutuamente, que nuestra camionera decidió reglamentar su pasaporte y las licencias pertinentes para que le acompañara en todos los viajes.
Nuestra joven camionera asegura que de peligroso no tiene absolutamente nada, pero su presencia le da seguridad y, por encima de todo, una calidez especial a la cabina.
“Estando en Francia –recuerda Saray–, de vuelta de Italia, noté ciertos ruidos extraños tras la lona de mi camión. Me asusté y fui a buscar al perro para revisar juntos el vehículo. Cuando abrí la puerta, me llevé un gran sobresalto al ver cómo saltaban 8 hombres. Xulo se puso nervioso y empezó a ladrar, de manera que los chicos salieron corriendo.
Por suerte, los gendarmes me tomaron declaración y pude marcharme, pero desde entonces Xulo se encarga de darle una supervisión al camión antes de un viaje, y más si volvemos de Italia”.
Todas pueden
Le costó convencer a su hermano y padres de que su vocación camionera era sólida y firme. “De no tomarme muy en serio al principio–sonríe la Muñoz Flores–, pasaron a preocuparse y colmarme de advertencias, pero ahora están muy orgullosos… y la que más, mi madre. Supongo que todo ello va en el pack de esa connatural sobreprotección paterna, que cada cual canaliza lo mejor que puede.
Suele pasarme que al verme tan joven con el camión algunos se atreven a preguntarme sutilmente por mis años. ‘Ay –me dicen algunos–, mi hija tiene la misma edad, pero ella no podría trabajar en esto’.
‘Por supuesto que podría –les contesto–. Si puedo yo, pueden todas’. Al final, claro que hay comportamientos machistas que me gustaría erradicar, pero ahí no me ciño al camión, sino al mundo entero. Aun así, puedo constatar que me he topado con mucha más gente en este gremio que apoya a las mujeres que lo contrario.
También es verdad – concluye Saray, con una generosidad que le honra– que si alguien me hace un comentario ofensivo, pienso que igual es un poco borde o quizá está de mal humor por algo. Todos podemos tener un mal día”.
Saray no solo se ha hecho fuerte mentalmente, sino que nos confiesa haber echado incluso un poco de músculo desde que es camionera, aunque si algo hay con músculo del bueno, es su futuro, que transpira la más natural de las luces.