El afán medioambiental llega hasta los pueblos más recónditos del norte de Burgos de la mano de Olga y su Iveco Stralis 320. Hasta allí nos acercamos para compartir una jornada con ella.
Hace 17 años se sacó el carnet de camión y desde el minuto uno empezó a trabajar en Valoriza Medioambiente, empresa que gestiona con precisión los distintos servicios (recogida, tratamiento y gestión) que atañen a la cadena de reciclaje de los residuos que generamos.
El equipo en el que está integrada esta bilbaína, afincada desde hace mucho tiempo en Burgos, está compuesto por siete personas, que gestionan un parque Iveco y Renault conformado por dos hidrolimpiadores, dos camiones de caja abierta, cuatro compactadoras y dos furgonetas.
Cada camión tiene asignada una tarea, para no mezclar contenidos. “Con mi Stralis suelo ir a envases –se explica Olga–, pero si he de coger otro camión, no hay problema alguno. En el pabellón estoy hacia las 7 de la mañana y antes de comenzar mi recorrido, que es de unos 250 o 300 kilómetros, coordino normalmente las distintas hojas de ruta que deben seguir mis compañeros”.
Su padre, la referencia
El ya fallecido Carlos, su padre, dedicado a los transportes especiales, era el superhéroe de la Olga niña, que veía cómo llevaba en su camión turbinas gigantes, condensadores y otras piezas descomunales. “Hace 40 años llevar un transformador a una isla, a 10 km/h, de noche y con las complicaciones derivadas del tráfico en ciudad, podía tener a mi padre muchos meses fuera de casa, pero cuando llegaba, para mi madre Maribel y para mí era una algarabía.
Yo me montaba con él en cuanto podía –recuerda Olga– y siempre tuve claro que quería ser camionera. Por ir haciendo tiempo, antes de llevar un camión, estudié Administrativo.
Quién me iba a decir años después que tales estudios me iban a venir tan bien para mi trabajo en Valoriza”.
Efectivamente, sobre todo en los meses de invierno, aquellos en los que los núcleos de población burgaleses están mucho más vacíos de personal, Olga lleva buena parte del papeleo de la empresa y coordina las rutas del equipo para las distintas campañas. “Prefiero el camión a la oficina –reconoce–, pero en el fondo disfruto de todos los aspectos de mi trabajo”.
En Valoriza se trabaja con un pliego de condiciones según el cual te comprometes a pasar por los pueblos cada equis tiempo, pero en cada uno de estos pueblos opera un teléfono gratuito desde el que se puede llamar en todo momento para ir a por un contenedor que, digámoslo así, se ha llenado antes de lo previsto. Con estos avisos puntuales, Olga acaba de poner los últimos puntos sobre las íes en los recorridos de cada día.
“Los habitantes de los pueblos nos reciben siempre con mucha amabilidad, y eso va creando vínculos bonitos. La gente no recicla todo lo bien que debiera –sonríe Olga–. Seguro que lo intentan lo mejor que pueden, pero nos seguimos encontrando normalmente más de un 25% de producto impropio en los contenedores.
En mi caso, que suelo ir al envase, me encuentro cubos, garrafas, recipientes con grasa… y eso, evidentemente genera cierto trastorno en las cintas recicladoras”.
Abierta y alegre
Nuestra bilbaíno-burgalesa es una enamorada de su merindad, y le gusta disfrutar de coger la bici o andar por el monte. También toca la guitarra, el tambor… y pasar un rato en las redes sociales zascandileando con grupos de WhasApp como el de la Trucker Women, con las que ha cooperado en diversas iniciativas solidarias, además de otros colectivos camioneros de la zona Norte.
El camino con Olga se nos hace muy corto. «Soy de cascar, ya lo ves –ríe animosamente–, pero eso no quita que a veces me haya tenido que poner seria para hacerme respetar.
Una vez –es esta una anécdota que Olga no olvida– vino un señor con su camión a cargar contenedores y cuando vio que venía yo a cargárselos, me dijo: ‘¿Tu?, ¿es que no hay un chico?’. ‘Vale, ya vendrá un chico –le dije muy seria–, pero no llega hasta las 2’. Como era primera hora de la mañana, el hombre accedió a que le cargara, con cara de perdonarme la vida.
El caso es que cuando estaba cargando un contenedor por el techo, le di un meneo a adrede, para que se asustara bien. Tras la inocentada, le cargué el camión al punto y hora y me dijo: ‘Pues sí que lo haces bien’. Como no quería enfadarme solo le dije: ‘Sí, y estoy aprendiendo también a torear’”.
Esa es nuestra Olga: figura, genio y entusiasmo.