Alegrías, sueños, frustraciones, anhelos, llantos… Los sentimientos de toda una vida de trabajo están impregnados en el interior de la cabina de este camión. Aquí dentro, Panín (Villa de Cartes, 1956) ha pasado su vida, literalmente.
Apoyado en su volante, este entrañable transportista cántabro ha visto como las hojas del calendario caían una tras otra durante 30 años.
En el pequeño habitáculo, presidido por un retrato de sus hijos devorado ya por los rayos del sol, y decorado únicamente con un tapizado en el techo ribeteado con flecos, nuestro protagonista recibió la noticia del nacimiento de sus hijos o la enfermedad de su padre.
“Es una parte de mi vida. Piensa que entonces te pasabas 20 horas ahí dentro”, afirma. “Le tengo un gran cariño porque, entre otras cosas, gracias a él he podido tirar adelante una familia. Le debo todo”.
La historia de esta relación arranca hace aproximadamente tres décadas, cuando Panín le compra el Pegaso a José Díaz, otro camionero, y comienza a transportar productos para fundiciones hacia Vitoria, Álava, Donostia y Asturias.
Años antes, el vehículo lo había matriculado en Santander Germán Portillo, fundador de la empresa Gerposa. “Fue el 21 de marzo de 1974”, nos explica Panín, que conoce la biografía del vehículo al detalle. “Su primer viaje fue un transporte de puntas de madera desde Los Corrales de Buelna, en Cantabria, hasta Cádiz”.
Pasados algunos años, nuestro entrevistado entra a trabajar para VES (Viuda de Eulogio Sánchez) -hoy, UVESCO- y comienza a hacer reparto de alimentación. “Fue entonces cuando le cambié la caja y le coloqué una puerta elevadora. Desde entonces, y ya son tres décadas, recorro toda la zona norte suministrando a supermercados”.
El 1065, o Pegaso 170 Europa -como era conocido en su día-, no ha parado de trabajar desde entonces. “Apenas ha tenido averías graves. Se le rompió la maza del embrague, en Cruces, pero el grupo no se ha cambiado ni una sola vez”.
Con el paso de los años, el tesón de Panín y la solvencia de su fiel escudero hicieron que el negocio fructificara y la flota aumentara paulatinamente.
Hoy, Transpanín cuenta con 28 vehículos de transporte, entre Volvo, Renault, MAN, etc., pero también hubo Ebro y Avia. “Barreiros no, porque en aquel entonces, así como hoy eres del Barça o del Madrid, uno era de Pegaso o de Barreiros… y yo siempre he sido pegasista”.
Cada mañana, Panín acude a la central de carga y supervisa las operaciones de toda la flota. Revisa vehículos, controla pedidos y organiza los repartos. Cuando ha salido el último vehículo, se sube a su querido Pegaso y entonces arranca él. “Me gusta salir el último”, confiesa.
Parte alrededor de las 5 de la mañana rumbo a Bizkaia para estar a las 7 en el primer supermercado. A mediodía suele estar de regreso en Cartes. La niña de sus ojos sigue rugiendo cada mañana y cumple con su cometido, como el que más. “El camión no falla, te lo aseguro. Y no es que yo sea un mago, pero sí que lo he tratado siempre muy bien”.
El secreto de que esta reliquia siga rodando a diario cargada de vituallas está, seguramente, en los conocimientos mecánicos de nuestro protagonista.
Más de tres décadas de relación íntima, Panín sabe a qué ritmo tiene que ir, cuándo toca reducir o aumentar la marcha y qué significa ese ruido o aquel olor.
No en vano, el conductor viaja, literalmente, sobre el motor, que es prácticamente una extensión más de su cuerpo. “Con 14 años ya estaba trabajando como pinche en el taller de los hermanos Sainz. Todo el día rodeado de vehículos.
Llegaban los camioneros y empezaban a explicar qué le pasaba a su vehículo. Y yo escuchaba cómo los mecánicos aconsejaban a los clientes. Que si tienes que hacerlo así, que si asá… y todo ese bagaje me sirvió después a mí, cuando me hice camionero”.
Reconoce que los vehículos actuales han ganado en seguridad y comodidad, pero pese a todo, el vínculo con su Pegaso es tan estrecho, que si hoy alguien le ofreciera un 1065 nuevo lo compraría sin dudarlo un instante.
“Es que sólo pensar en todo lo que he vivido con él y lo mucho que me ha dado me hace emocionarme”, confiesa Panín.“Para mí es como un compañero de trabajo. Voy dentro y a veces le hablo. Le pido cosas y siempre me las ha dado”.
Entre los recuerdos aparecen historias que hoy suenan inverosímiles, pero que no hace tanto eran el pan nuestro de cada día para los transportistas de la generación de nuestro protagonista.
Historias que hablan de carreteras imposibles, puertos de montaña peligrosos y un frío que hoy ya no se sufre. “Iba para Reinosa -cuenta Panín entre risas- en un día de nieve, con las cadenas puestas, casi sin visibilidad.
La Guardia Civil había bloqueado la carretera porque decía que era imposible seguir. En el bar del pueblo me dijeron que tenía que llegar a Reinosa como fuera, que me estaban esperando las tiendas porque ya no les quedaba apenas nada.
Pues para allá que fui. Yo le iba diciendo al Pegaso: ‘No patines, no patines’, y al final llegamos”.
La fortuna ha querido que el fiel Pegaso siempre respondiera ante las adversidades y sin sufrir un solo accidente. “¡Cómo no me voy a emocionar!
Cuando me hicieron la primera entrevista y empecé a explicar estas anécdotas rompí a llorar. Cuando lo vi publicado me sentí como Messi con el Balón de Oro. Lo máximo”. Han pasado ya cuatro décadas desde que Panín se montara por primera vez en la cabina de su Pegaso.
Y todavía hoy se le ilumina el rostro cuando habla de su tesoro y nos invita a subirnos dentro. La cabina es de museo. Se percibe el paso del tiempo en cada elemento.
Los flecos, la lámpara, el desgaste del asiento después de más de tres millones de kilómetros, las cortinas, los pedales desgastados… una vejez llevada con dignidad.
Pese a que el 1065 no muestra todavía síntomas de cansancio -y mucho menos su conductor-, las nuevas normativas y los inevitables cambios en la logística para optimizar recursos parecen haber marcado ya la fecha de jubilación de este vehículo.
Este Pegaso 170 -uno de los pocos, si no el único que aún surcan nuestras carreteras- pondrá punto y final a su actividad profesional después de 40 años de vida y tres décadas de relación estrecha con Panín. Como uña y carne. El calor de su motor hacía más llevaderos los inviernos en la cabina.
En verano, por el contrario, el calor se hacía insoportable… la cara y la cruz de un vehículo de otra época que aún hoy, cada día, sigue acudiendo puntual, a las 5 de la mañana, para iniciar una nueva jornada de trabajo.
Sea cual sea su futuro, sirva este reportaje para rendir un pequeño homenaje. A él y a su conductor, Cipriano Solarana, “Panín”. Tus kilómetros siempre serán historia.