La historia de este flamante clásico matriculado en 1929 se remonta a la época en la que las cocinas se alimentaban a base del carbón vegetal que se elaboraba en los bosques de Mallorca. En pueblos como Caimari, por ejemplo, en la sierra de Tramuntana, durante las primeras décadas del siglo más de cien personas se dedicaban al oficio de carbonero. Subían al bosque, hasta la “sitja” (la carbonera), y allí quemaban los troncos de madera –alzina, por lo general– que servían de materia prima para crear carbón.
Después transportaban el producto camino abajo, hacia los pueblos y la ciudad, donde se vendía a los vecinos. Esta vida desapareció en los 60 con la llegada de nuevos combustibles. De aquella época ya no queda nada salvo algunos restos de “sitjas” antiguas y los recuerdos de los más veteranos, que explican cómo los camiones cargaban a cuadrillas de trabajadores rumbo al bosque para luego bajar cargados de carbón.
Este Renault hizo, precisamente, ese trabajo y más de uno aún lo recuerda en la isla. Toda la vida cargando madera, carbón y trabajadores. Ése es, básicamente, su currículum, del que, por cierto, se conservan algunos documentos.
Durante los trabajos de acondicionamiento, Nofre Alba, nuestro restaurador mallorquín, recuperó algunos permisos y papeles oficiales que se habían quedado olvidados entre las puertas de madera de este tesoro, como el permiso de circulación, las placas de la aseguradora y del propietario, e incluso una hoja oficial de la Comisión Militar del año 53 conforme el vehículo había sido presentado a la inspección obligatoria (los dueños de maquinaria pesada estaban obligados a dar constancia de su propiedad una vez al año).
Igualmente, Nofre sabe que el vehículo llegó de Tarragona a Mallorca y que trabajó durante muchos años para una carbonería del centro de Palma. Sabe también que el color original no es el actual crema; que seguramente iría totalmente tiznado de negro por las condiciones de trabajo; que no podía circular de noche porque la Dynastar no cargaba y que para arrancar tenían que empujarlo entre varios hombres (por el mismo problema en la Dynastar).
Sin embargo, no ha habido forma ni de conocer el año exacto de fabricación (Nofre calcula que es de principios de los 20) ni el modelo exacto de Renault.
De todas maneras, quien más información pudo aportar es el actual dueño del vehículo, Tomeu Just, entre otras cosas porque lo vio circular. “Nosotros nos hemos dedicado toda la vida al trabajo con madera”, explica Tomeu. “Mi abuelo ya trabajaba en esto y este vehículo solía traer género a la serrería de la familia. Trabajaba como proveedor nuestro y nos suministraba desde cepa hasta carbón”.
Salvado del ostracismo
El caso es que el tiempo fue pasando y el Renault desapareció. Hasta que un buen día Tomeu se volvió a topar con él: “Lo encontré tirado en un solar, prácticamente destrozado, en unas condiciones muy malas, y decidí intentar recuperarlo. El propietario era un sobrino del señor que había trabajado para nuestra serrería, y me puse en contacto con él. Y llegamos a un acuerdo. Me hacía ilusión esta aventura especialmente porque la mayoría de los elementos están hechos de madera y podía rehacerlo yo mismo. Pero tengo que decir que sin la ayuda de Nofre habría sido totalmente impensable verlo caminar de nuevo”.
Nofre le echó un primer vistazo al vehículo y vio que prácticamente todas las piezas eran las originales. El reto valía la pena, algo que no siempre ocurre. “Algunas veces–cuenta el restaurador– no vale la pena ponerse. El problema es que estos camiones tan antiguos han trabajado tanto y durante tantos años, que a menudo, cuando los encuentras, están ya demasiado modificados. En el pasado, lo que se hacía cuando se rompían era adaptarles piezas de otro y continuaban trabajando. Te encuentras vehículos que de su marca ya no llevan casi nada, entonces no vale la pena restaurarlos… pero éste no fue el caso”.
Vieron que el chasis era el original, los frenos y ejes también eran de Renault, y aunque la mecánica estaba bastante deteriorada, era totalmente original, incluso el motor. “No es normal –asegura Nofre–. Especialmente el motor. Lo habitual con estos camiones es que en un momento dado se les cambiara el original por uno diésel. Pero éste mantenía el suyo”.
Comenzó entonces un trabajo a cuatro manos. Por una parte, la habilidad con la madera de Tomeu. Y por otra, la experiencia de Nofre con la chapa, la mecánica y sus contactos para encontrar repuestos. “En realidad –reconoce Tomeu–, el éxito de esta restauración es de Nofre, yo sólo ayudé. Cualquier carpintero puede hacerlo. Teníamos las piezas originales podridas y nos servían como plantilla para hacer las nuevas. Pero el resto… ¡tendrías que haber visto el motor! Es una hazaña”.
El propulsor fue, de hecho, el reto más grande de todo el proceso de restauración para Nofre. Estaba totalmente pegado, en muy mal estado, y amenazaba con despedazarse cuando se intentaba abrir. “Con el tipo de faena que hacía este vehículo y los años que estuvo trabajando, calculo que el motor se había roto, como mínimo, un par de veces. Y lo recuperaban”. Y volvió a ser recuperado, aunque para ello hubo que desmontarlo pieza a pieza y someterlo a una profunda operación de lavado de cara y limpieza de grietas.
A diferencia de lo que suele ser habitual, trabaja sin radiador frontal, sino laterales. La sencillez de la mecánica sorprende al propio restaurador: “Los embragues llevan unas aletas que hacen de ventilador y absorben el aire caliente del motor y lo tiran hacia abajo. No llevan tampoco bomba de agua, es lo más sencillo que puede haber. Todo es manual, desde el limpiaparabrisas hasta el claxon”. Otro de los obstáculos estaba en lograr que la Dynastar volviera a funcionar. La que montaba estaba inutilizada, vacía por dentro.
Por suerte, en un desguace encontraron una de la marca Renault que, pese a no estar en muy buen estado, se pudo desmontar, modificar y hacer que funcionara. “Y va genial”, dice con satisfacción nuestro restaurador. “Costó adaptarla, porque la saqué de un modelo más grande, pero carga bien las baterías y arranca perfecto”.
Después de toda una vida en el gremio de la madera y el carbón, el Renault vuelve a rodar gracias al empeño de Tomeu y la pericia de Nofre. Para el dueño, el resultado es una auténtica satisfacción: “Para nosotros es ya el camión de la familia”, confiesa Tomeu. “He tenido alguna oferta de compra pero no lo vendo. Lo cierto es que cuando tengo un poco de tiempo salgo a pasear con él o lo llevo a las ferias de los pueblos. Me lo paso francamente bien montado en él. Pero no soy el único. Mis hijos y los nietos también están encantados”.
El dueño se deshace en elogios con el trabajo de Nofre, y tiene también palabras de agradecimiento para el Club Cotxes Antics de Mallorca, una de las asociaciones de clásicos de la isla y que ha aportado también su granito de arena en las labores de restauración del Renault. Por suerte, hay historias que no terminan con un punto y final. Y seguramente ésta es una de ellas. El óxido pudo haber enterrado para siempre este tesoro del transporte mallorquín, pero la casualidad quiso que no fuera así. El regreso ha sido triunfal.