Si uno cierra los ojos y se rinde a la fascinación de las anécdotas contadas por Pedro Aguilera, que camina entre vehículos plenos de glamour, la memoria se torna tecnicolor.
Su padre trabajó de transportista para los míticos estudios Broston, un Hollywood entre Chamartín y Las Matas, donde la fantasía rodaba en camión y se rodaba en escena.
«El Cid”, “La caída del Imperio romano”, “55 días en Pekín”, “Rey de Reyes”… Pedro Aguilera era un niño tan acostumbrado a pasearse entre estrellas de la talla de Claudia Cardinale, Sofía Loren, David Niven o Charlton Heston, que para él resultaba solo una rutina, a esa edad en la que si realmente quieres ver la sonrisa de un chiquillo, lo conseguirás más fácilmente invitándolo a un cucurucho de helado que haciéndole una foto con Tyrone Power.
“Los escenarios donde mi padre ejercía su trabajo eran mágicos, llenos de personas llegadas de Asia, disfrazados de guerreros, romanos o faraonas. Con el tiempo –ríe abiertamente –, supe que aquel tío raro que me daba unos pellizcos de la leche era un tal Yul Brynner, y que aquella guapa señora a la que una vez vi embriagada (perdón, mareada) en pleno suelo era una tal Ava Gardner”.
Tras varios años trabajando con su padre y hermano, el padre de nuestro protagonista encontró nuevo acomodo al volante en 1958, ejerciendo de Cámara Car, vehículo desde el que un equipo de rodaje rueda las escenas en movimiento.
Además de reproducir algunos vehículos de forma artesanal, su día a día consistía en transportar al rodaje todo lo que hiciera falta, desde una columna hasta la comida para actores y extras.
“Trasladando un caballo blanco para la película ‘El Cid’ tenía que cargar muchas maderas de repuesto, pues el animal metía unas coces que destrozaban medio lateral de la caja. Los estudios Sevilla Films y CEA –continúa Aguilera– también operaban en aquellos años en Madrid.
Mi padre hacía lo que le pedían, desde montar un secadero en el vehículo hasta solventar cualquier avería. Estaba siempre rodeado de estrellas cine, pero con quienes al final cogía más amistad era con los especialistas, que son los que sustituyen a los actores principales en las escenas de peligro”.
Son más de 200 vehículos los que Aguilera conserva en su campa madrileña, custodiados día y noche por un empleado que allí reside. Los hay desde Diamond T de 1924 hasta Dodge, Ebro, Barreiros, Avia, Pegaso, Audi, Ford, Chevrolet, Fiat, Renault e incluso uno tirado por caballos.
En este parnaso automotriz conviven joyas de la automoción de toda naturaleza y condición, junto con motores seccionados que harían las delicias de un profesor de autoescuela, infladores de ruedas, circuitos de gasógeno, neumáticos y llantas de todas las épocas.
En cada historia particular nuestro anfitrión se (nos) recrea con deleite. “Este vehículo me lo regaló Norma Duval, clienta mía con la que conservo una buena amistad. En este otro Ford F600 –continúa Aguilera–, mi padre le hacía la mudanza a Eduardo Barreiros para un chalet que tenía en Palma de Mallorca, y pasábamos allí unos días.
Yo era un niño, pero recuerdo haber visto cómo se transformaban los motores 3HC de gasolina en diésel. Este autocar Renault –seguimos evocando leyendas– lo tenía Antonio Molina como coche de maquillaje para él y su compañía. Ahí conserva sus focos de luz y una silla de barbero”.
En nuestro paseo podemos también comprobar que la cercanía con la base americana de Torrejón de Ardoz ha supuesto un vivero continuo de vehículos llegados de allí, ya sea de guerra o de abastecimiento.
Forman parte tal vez de episodios con menos candidez que los hasta ahora mencionados, pero albergan trances de indudable valor histórico, como el del Dodge que alojaba una ametralladora blindada utilizada en el Guernica de la Guerra Civil, o tres de los vehículos que Franco mandó carrozar para ir al campo de batalla (foto con la que abrimos este reportaje); y habilitados como quirófano, cocina y centro de transmisiones, que conservan cajones, mesa-camilla, cocina de carbón y otras huellas, tan impasibles al paso de las décadas, como necesitadas de una mano rehabilitadora.
Con el Ayuntamiento de Valdetorres, Pedro Aguilera tiene la esperanza de ir concretando su museo automotriz abierto al público. Ojalá prospere. El recuerdo nunca prescribe.