Colocados en formación circular, emulando a los campamentos de las antiguas caravanas del Oeste, los remolques de los artistas parecen proteger con sus cuerpos al centro neurálgico del espectáculo: la gran carpa. Viviendas sobre ruedas con molduras de madera que toman la forma de viejos vagones de tren y que en su mayoría fueron rescatadas de una Europa soviética que en los noventa cerraba por derribo. Estamos en el Circo Histórico Raluy. Un circo que recrea el ambiente de antaño, la esencia de lo que en su día era el mayor espectáculo al que un niño podía asomarse.
La vetusta pista de madera, su taquilla de 1911, los camiones de los años cincuenta, la cafetería del 27 y los carromatos de los malabaristas, payasos y acróbatas que conforman este peculiar circo fundado en Cataluña es el legado de Carlos Raluy (Sant Adrià del Besòs, 1944-Barcelona, 2019), hijo, padre y abuelo de artistas circenses que a mediados de los ochenta empezó a barruntar la idea de darle un nuevo aire al negocio de la familia y montar un circo como los de antes. “Ser hijo de un hombre-bala y de una acróbata marca para toda la vida”, publicaba “El Periódico” en su necrológica. “Carlos Raluy no solo llevaba el circo en la sangre; él era el circo”. Y así, con este sello tan único como innegociable, es como lo ha conservado su familia. Rosa, su hija, dirige esta máquina del tiempo junto a su marido, William Giribaldi, y a las dos hijas de ambos, Kimberley y Jillian: los cuatro, artistas del espectáculo del Circo Histórico Raluy, además de miembros del equipo directivo.
Historia sobre ruedas
Charlamos por teléfono con William. Queremos saber cómo y por qué acabaron estas reliquias formando parte de la idiosincrasia de este circo. “Cuando montaron el Circo Raluy, en el 1972, era un circo convencional, como cualquier otro”, explica William. “Pero Carlos siempre amó las antigüedades, era una persona muy nostálgica, con un cariño especial por lo de antes. Encontró un coche antiguo y lo compró. Luego un carromato, un camión… y pensó: ¿por qué no le damos al circo este espíritu que tanto me gusta?”. Y así fue como a principios de los años noventa el circo de la familia cambió de estética y pasó a convertirse en un museo rodante.
En los años ochenta y noventa del pasado siglo, Carlos encontró una auténtica mina de oro en la Europa del Este. Con la caída del comunismo, los circos estatales se libraban de muchas caravanas, camiones y remolques. El espíritu coleccionista de Carlos Raluy se disparó. “Recuerdo entre 1994 y 1999 ver a Carlos hacer una cantidad impresionante de viajes a República Checa, Polonia y Alemania del Este a la caza de vehículos clásicos”, cuenta el actual codirector del circo. “Cerraba tratos y a los veinte días llegaba un tráiler con sus vehículos”. Una vez en Cataluña, el equipo de carpinteros y carroceros se encargaba de acondicionarlos y darles una nueva vida.
Por eso hoy los miembros de la “troupe” viven en vehículos antiguos reacondicionados, rodeados de los carromatos de los antiguos artistas nómadas del Este y se desplazan gracias a camiones y camionetas de los años cincuenta. “Excepto un par de vehículos más modernos que se encargan de la carga más pesada, el resto se mueve con los camiones antiguos”, explica William. En la flota encontramos un Pegaso, un par de Mercedes, un Magirus, un Scania –prácticamente todo de la época inmediatamente posterior a la II Guerra Mundial– y hasta un Latil furgón de 1911 (el más viejo del equipo), y que se usa como taquilla. “Los camiones los hemos acondicionado como vivienda para que no carguen mucho, pero viajan por carretera aunque van despacio”.
Por el carácter local del circo, la caravana –formada por 16 camiones y 19 remolques– no hace largos desplazamientos. Por lo general, 50 kilómetros cada dos semanas, cuando toca cambiar el emplazamiento. Aproximadamente, 1.500 kilómetros al año. Una cifra baja y que facilita el trabajo de mantenimiento y reparación. “Cuando estamos asentados, nuestro mecánico tiene todo el tiempo del mundo para repasar y arreglar. Un par de días antes del viaje revisa y partimos. No dan problemas, salvo que algo pase por el camino. Es cierto que no somos un circo ágil en los desplazamientos (cada 20 minutos parte un convoy de tres camiones-remolques), pero la ventaja es que antiguamente los camiones se hacían con la idea de que aguantaran muchos años, y además tenemos marcas que ya en su época eran de calidad”.
El sabor de la nostalgia
Artísticamente, el Circo Histórico Raluy incorpora innovaciones y cambios en cada espectáculo. Sin embargo, hay espacios en los que lo moderno no tiene cabida. “En lo estético, este circo nunca se transformará en un circo moderno tipo Cirque du Soleil”, remarca William. “La nostalgia, lo antiguo, es nuestra seña de identidad”. De hecho, lo que exhibe en el campamento es solo una parte de la colección de clásicos que esperan su momento para ser restaurados (entre ellos, otro Magirus bombero con carrocería de madera y un autobús de doble piso). “Seguimos buscando cosas antiguas, pero ahora ya no es tan fácil como antes”.
Hay piezas que son auténticas reliquias. “Tenemos dos carrozas de circo típicas de los gitanos del este de Europa, con ruedas de madera, que son difíciles de ubicar en el tiempo, aunque calculamos que pertenecen a los años veinte del siglo pasado”, nos cuenta nuestro entrevistado, quien reconoce sentir algo especial cuando echa un vistazo a su alrededor. “De vez en cuando me gusta parar y reflexionar sobre la historia que tienen estos vehículos: quién habrá vivido aquí, qué aventuras habrá tenido el artista, por qué carreteras de la Polonia de los años cincuenta habrán circulado… lo disfruto de verdad”.
Es el sabor de la nostalgia. Un regusto especial que solo los soñadores y los que mantienen en forma al niño interior saben apreciar. En una entrevista concedida unos años antes de su muerte, Carlos Raluy decía: “Un niño, cuando piensa en el circo, no imagina caravanas y tráilers. Eso no lo sueña. Pero sí que lo hace en un carruaje con caballos que viaja por las aldeas. Con el Circo Histórico Raluy he querido crear un tipo de circo como este, como el que sueña un niño”. Misión cumplida.