En la aldea lucense de Chorente, cerca de la fábrica de Cementos Oural, un antiguo pajar reconvertido en garaje alberga una importante colección de vehículos históricos.
Son los seis coches y las siete motos de Gerardo García, un hombre que ha pasado toda su vida conduciendo y vinculado al mundo del motor y que ahora dedica su tiempo a restaurar coches con sus propias manos; coches que alquila para bodas, películas y cualquier tipo de eventos y que en ocasiones también vende.
“He restaurado varios coches y algunos los he vendido. Siempre me quedo con los que más me gustan”.
Entre sus favoritos está el Chevrolet Capitol de 1927, un vehículo que localizó en un estado deplorable, convertido en furgoneta de reparto de una fábrica de gaseosas y que tras la rehabilitación completa vuelve a ser una flamante camioneta familiar, una ranchera, con techo elevado y corrido hasta el portón trasero, por donde se accede a la plataforma de carga, o sea, lo que antiguamente se conocía como “una rubia”.
Se trata de un Chevrolet Capitol de una tonelada -había también una versión más pequeña, de media tonelada- que fue dado de baja en 1978, después de casi setenta años en servicio, repartiendo gaseosas de la fábrica La Victoria, de Lugo.
Cuando Gerardo la encontró se hallaba en un estado lamentable y había sido transformado de tal forma para poder aumentar la capacidad de carga, que apenas quedaba nada del vehículo que había salido de la fábrica: “Estaba muy deteriorado, casi degenerado, porque le habían hecho todo tipo de transformaciones sobre el modelo original.
Para aumentar la carga le ensancharon la caja hasta el ancho de los guardabarros y el asiento y la cabina los ampliaron para dar cabida a tres personas”.
La restauración supuso un paciente trabajo de 18 meses, partiendo casi de cero: “Se quedó prácticamente en chasis y motor.
Lo reconstruí prácticamente yo todo, excepto la pintura, que mandé que la hicieran, pieza a pieza.
Primero hice una maqueta, a ver cómo quedaba con la madera, y después de muchas pruebas, comencé a trabajar en el modelo definitivo hasta convertirlo en la ranchera tipo rubia que veis hoy y que es un modelo prácticamente exclusivo”.
El coleccionista saca a relucir su humor gallego de “retranca” para mostrar su orgullo por el trabajo que ha realizado: “Me puedes preguntar los tornillos que lleva porque creo que hasta me los sé de memoria.
Todos los de la carrocería son de acero inoxidable, los de la mecánica no, evidentemente”, afirma mientras se ríe con complicidad.
El Chevrolet tiene una larga historia de trabajo por las intrincadas carreteras gallegas y muchos miles de kilómetros sobre su chasis: “Entró por Irún en el año 1927 para la fábrica de gaseosas La Victoria. Traía sólo el chasis, prácticamente, y lo carrozaron en Lugo según las necesidades del reparto.
Estuvo trabajando hasta finales de los años 70, cuando cerró la fábrica. Yo llegué a hablar por teléfono con los herederos de La Victoria para comentarles que lo tenía yo y que lo estaba restaurando y me dijeron que lo único que querían era unas fotos de cuando estuviera acabado. Luego no he vuelto a saber nada de ellos”.
Gerardo encontró el Chevrolet Capitol por puro azar cuando hacía un viaje por la Terra Chá, en el interior de la provincia de Lugo, una casualidad que salvó al vehículo de la hoguera, literalmente: “Lo encontré el 23 de mayo de 1997.
Estaba en una aldea cerca de Guitiriz (Lugo), tirado debajo de un cerezo, esperando a ser quemado en la hoguera de la noche de San Juan.
Yo hablé con los propietarios y les dije: “De eso nada, yo se lo compro”, y me lo vendieron por 90.000 pesetas”.
A partir de ese momento se centró en el trabajo de devolverle su brillo original, algo que tuvo más de reconstrucción que de restauración. Y lo hizo volcándose en ello con todo su entusiasmo: “Lo restauré prácticamente yo todo y no me llevó demasiado tiempo.
Cuando empiezo algo quiero terminarlo cuanto antes y me puse a ello en horas libres, fines de semana, etc. En año y medio lo tenía ventilado”.
Aunque asumió la mayor parte de la labor, buscó apoyo profesional para las tareas más específicas y delicadas: “Algunos detalles muy específicos, como los guardabarros, fueron hechos a mano por un artesano de A Estrada, un profesional al que daba gusto ver trabajar.
Yo le iba mandando las piezas y él me las devolvía como nuevas. Y así lo fuimos acabando, sin mover para nada el coche de mi taller”.
La parte más creativa fue la construcción de la estructura de madera y el diseño de la zona de carga. “Primero hice una estructura de madera, una maqueta, para ver cómo quedaba, y cuando ya estuve convencido del proyecto, pues me puse manos a la obra para darle la forma y la estructura definitivas”.
Esta parte del trabajo la afrontó con más entusiasmo que conocimientos, aportando imaginación e iniciativa: “Querer es poder. Hay que intentarlo. Yo no soy carpintero, pero la parte de madera me la hice yo, y además me encargué de todos los detalles, los cierres y todas esas cosas. Se usa el sentido común, y lo que no se sabe, pues se pregunta y ya está”.
Para lograr el material fue fundamental su conocimiento de la zona y sus contactos en el rural gallego, logrados después de años de recorrerlo y hacerse conocido por su pasión hacía los coches antiguos: “La madera, por ejemplo, la tenía un paisano de un pueblo próximo a Oza de los Ríos, en la provincia de A Coruña.
La tenía preparada para hacer un hórreo y yo la localicé y se la compré porque se adaptaba perfectamente a lo que yo necesitaba”.
Lo único que no hubo que rehacer fue el chasis, los radiadores y los faros, y el propietario del vehículo alaba su mecánica, muy solida y con enormes adelantos para la época.
“Fijate que ya en el año 27 llevaba válvulas sin cabeza, e incorporaba el cebador y las barillas de los balancines, que son exactamente como los de una moto clásica”.
Después del proceso de reconstrucción, la camioneta ha recuperado todo su brío, recorre con soltura los caminos y carreteras de la comarca e incluso es capaz de desplazarse a centenares de kilómetros para participar en los eventos para los que es alquilada.
Incluso conserva todavía en perfecto uso la manivela, con la que aún se puede encender el vehículo.
Sus comienzos como coleccionista de coches históricos fueron fruto de una pasión ilusionada y empecinada, como suelen ser las pasiones juveniles: “El primero que restauré fue un Audi Cabriolet de 1936 que hoy valdría una dineral porque era una serie muy limitada. Lo tenía un amigo de mi padre y yo siempre andaba diciendo que me gustaba mucho.
Tenía por entonces unos 16 años. Un día el amigo me preguntó: Gerardito, ¿tanto te gusta?, le dije que sí, y él le dijo a mi padre que se lo regalaba.
Mi padre le dijo que quería pagarle algo y al final le dio 10.000 pesetas. Y me puse a restaurarlo inmediatamente.
A los 17 años ya me tienes a mí pidiendo piezas originales a Alemania, y sin tener un duro. Los alemanes me contestaron que no tenían piezas en catálogo, pero, sobre todo, me dijeron que no me deshiciera del coche”.
Pero los designios del azar y el pragmatismo paterno impidieron que pudiese seguir ese consejo: Yo tenía el Cabriolet en el taller de mi padre y ocupaba mucho sitio.
Cuando me fui a la mili, a los 19 años, mi padre decidió que el coche le estorbaba y lo mandó para la chatarra. Cuando intenté recuperarlo, había desaparecido completamente. «Tardé cuatro meses en volver a hablar con mi padre”.
El siguiente vehículo que compró y restauró fue un Fiat Balilla de principios de los años 30, y desde entonces han sido muchos los coches y las motos que han pasado por sus expertas manos.
En la actualidad es el orgulloso poseedor de un Ford A Roadster del año 1928, un Studebaker President de 1929, un Oldsmobile de los años 30 (en proceso de restauración) y un MGA Roadster y un Renault Floride de los 60.
Además, tiene una buena colección de motos que incluye una Bultaco 200 de competición de 1964, una Royal Enfield de 1952, una Derbi Scooter de los años 50, amén de varias BMW, una Guzzi Hispania y otras motocicletas, todas fabricadas entre 1930 y 1960.
La vinculación de Gerardo con el mundo del motor es casi genética: “Mi padre tenía camiones y un garaje propio. Durante muchos años transportaba camiones de pescado a Madrid, con un Dodge. Luego se dedicó a las obras”.
A los 63 años de edad, está viviendo una especie de prejubilación, ya que sigue en activo aunque ya no puede conducir camiones, su profesión durante más de quince años.
Luego trabajó como perito en A Coruña, pero afirma que nunca dejó de conducir, que ésa es su verdadera pasión y su auténtica vocación.
A pesar de su pasión por los vehículos antiguos, no renuncia a las herramientas de los tiempos modernos y ha convertido Internet en su medio de búsqueda de coches y motos con los que enriquecer su colección: “Antes lo más importante era el boca a boca.
La gente que me conoce me decía dónde había visto algún coche o alguna moto. Otras veces los encontraba al viajar con alguno de los coches. La gente se acercaba, te preguntaba cosas, y de paso te decía dónde había visto otros en estado de abandono”.