Sería pecar de exagerado asegurar que todos los camioneros estadounidenses cumplen a rajatabla el patrón de los tres protagonistas de este reportaje. Sería una generalización un tanto burda afirmar que en EE. UU. los profesionales del transporte aman sus vehículos casi tanto como su propia vida.
Pero, sin embargo, lo que sí es difícilmente cuestionable es que existe un buen puñado de yanquis que viven este oficio con una entrega y devoción que raras veces se puede ver en otros trabajos. Porque no perdamos de vista esto: hablamos de herramientas de trabajo.
Es cierto que alguien que se pasa 12 horas sentado al volante y otras tantas tumbado en la litera necesita -sí o sí- un vehículo cómodo en todos los aspectos.
Pero de ahí a customizar centímetro a centímetro todo el vehículo -luces, chapa, cabina, cuadro, etc.- hay un escalón que sólo suben aquellos para los que el ser camionero ya ha dejado de ser un oficio para convertirse en una pasión.
Los hay en todo el planeta. Sin ir más lejos, basta con haber acudido a cualquier fiesta de San Cristóbal para encontrarse con auténticos “locos” del camión. Sin embargo, la espectacularidad de los vehículos norteamericanos, por una parte, y la flexibilidad de la normativa estadounidense que regula la decoración de los vehículos, por otra, convierten a los yanquis en paradigma del transportista apasionado de todo lo que tenga que ver con camiones.
Y no es que se trate de un tema simplemente cultural. Decorados los hay en California, en Lyon y en Gijón, por poner tres ejemplos al azar. Los lazos sentimentales que unen vehículos con conductores nacen espontáneamente, independientemente del punto geográfico.
La customización de vehículos es una afición que se expande como la pólvora allá donde haya un conductor y una cabina. Lo que sí es cierto es que la tradición estadounidense es superior a la europea, y la permisividad de los legisladores fomenta la fantasía entre los camioneros de allí… y la envidia sana entre los de aquí.
Y es que, aunque resulte curioso, pese a las obvias diferencias culturales entre ambos continentes, seguramente un Kenworth recién pulido, brillante de punta a punta y exhibiendo sus imponentes cromados genera tanta fascinación entre norteamericanos como españoles, belgas o alemanes.
Hablamos de un sentir, del vínculo entre la herramienta y el profesional, de la satisfacción que supone manejar un coloso modificado a tu gusto… aspectos que sólo los conoce un camionero, sea cual sea su nacionalidad.
¿Y cómo son esos yanquis que salen en los reportajes de Estados Unidos?, nos preguntan a menudo los lectores. ¿Están pirados, verdad? Para ser honestos, y después de un mes de convivencia con ellos en festivales y truck stops de EE.UU., uno llega a la conclusión de que no, que no están locos.
No más, al menos, que los de por aquí. A menudo son obsesivos con la limpieza y el orden, tienen un punto de extravagancia y les enorgullece que les preguntes por su vehículo. Sin más. Exactamente igual que los “locos” por los decorados que circulan a este lado del Atlántico.
Durante el Truck Show Festival de Iowa aprovechamos para conversar con un puñado de profesionales del transporte con vehículos decorados. Ya sea por la espectacularidad de sus vehículos, por su simpatía o simplemente por el buen feeling generado durante la conversación, nos quedamos con tres historias de tipos corrientes.
Norteamericanos los tres, de edades similares, profesionales del transporte de larga distancia y obsesionados con la estética de sus “trucks”. Son Michael J. Riggan, Michael Meadows y Mickey Gwillim. Coinciden en el nombre por pura coincidencia y no se conocen entre ellos, aunque exhiben sus vehículos a no menos de diez metros de distancia el uno de los otros.
Tres camioneros. Tres vidas comunes. Y tres vehículos espectaculares por dentro y por fuera. De día y de noche. Dos Peterbilt y un Kenworth en un mar de decorados que es el Festival de Iowa.
Michael J. Riggan lleva 33 años conduciendo camiones. Hoy es el dueño de una compañía de transporte de aluminio que cuenta con 43 vehículos, la mayoría Freightliner e International. Sin embargo, la joya de la corona es un imponente Kenworth –“no hay camión más cómodo en el mercado”, asegura Riggan- con el que nuestro protagonista transporta de septiembre a diciembre todo el material del equipo universitario de Iowa de fútbol americano.
“Soy de Iowa y cuando era más joven jugué de ‘quarter back’ para el equipo. Como todos por estas tierras, amo este deporte. Así que tengo la suerte de poder compaginar mis dos pasiones: los camiones y el fútbol americano”.
Decorado con el emblema del equipo tanto en las puertas como en los laterales de la caja, el vehículo carga con todo el material deportivo, desde las coderas y las rodilleras hasta los balones, los cascos, las hombreras y las bebidas isotónicas.
Durante la final del campeonato ha llegado a cargar hasta 45.000 libras de material. “Es la quinta vez que acudimos al festival. Éste es el único camión que tengo decorado, y lo cierto es que disfruto como un niño tanto aquí como durante la temporada de fútbol.
Es un orgullo que la gente venga a hacerse fotos, que te pidan subir a la cabina, etc. En cierta manera, con lo sacrificado que es este oficio, son esos momentos los que a uno le hacen sentirse pleno”.
Michael nos habla un buen rato sobre cómo ha cambiado el negocio en los últimos 15 años. Lo difícil que es encontrar buenos conductores y los dolores de cabeza que supone dirigir una compañía con más de cuarenta vehículos rodando a la vez de punta a punta de Estados Unidos.
“Hay muchos chóferes que vienen de México, Líbano, Irak… en el proceso de selección, primero comprobamos su experiencia llamando a todas las empresas donde dicen haber trabajado. Después realizamos controles médicos, análisis de orina y sangre, tests de drogas, y hasta que no tenemos los resultados, no permitimos que suban al vehículo. Así lo marca la ley y lo cumplimos estrictamente. Hay muchos candidatos, pero encontrar buenos conductores es una tarea muy difícil”.
Mickey Gwillim acude por 15ª ocasión al Truck Show de Iowa. Y lo hace con uno de los vehículos más llamativos del evento, un espectacular Peterbilt color pistacho de 22 años de antigüedad y con 2,5 millones de millas recorridas. “Mi abuelo fundó la empresa en 1939 y ahora mi hermano y yo somos los propietarios”, nos cuenta Gwillim enfundado en una camiseta color pistacho.
Y es que este camionero de Illinois cuida hasta el último de los detalles para que su Pete luzca más y mejor. “Me he gastado cerca de 70.000 dólares en customizarlo a mi gusto. Participamos también en el concurso de decorados nocturnos y le acabo de instalar una iluminación verde. No sé si ganaremos, pero el trofeo es lo de menos.
El premio es la satisfacción de ver tu vehículo luciendo de una forma tan espectacular”. Nos confiesa que, aparte de la inversión, una de las claves para destacar entre el resto consiste en la limpieza. “Cada día dedico una hora a abrillantarlo”.
Mickey cuenta con una flota de 29 camiones con los que transporta helados, principalmente a los estados de Texas y Missouri, y con los que recorrieron, en total, 1,8 millones de millas. “La ley dice que un camión no puede superar las 140.000 millas anuales, pero aunque es un tema que nosotros controlamos al milímetro, hay otras empresas que superan esas cifras.
El Departamento de Transporte lo persigue, y si encuentran incorrecciones en el “Log book” (el tacógrafo nuestro), te penalizan con multas que van desde los 5.000 hasta los 25.000 dólares”. Nuestro hombre pistacho profesa una verdadera devoción por su Peterbilt, pero reconoce que es imposible dedicar tantos cuidados al resto de la flota.
“Éste es el vehículo que yo conduzco, mi tesoro, y sería una auténtica ruina dedicarle tanto tiempo y dinero a todos los camiones. Uno de los problemas con el que nos encontramos es que muchos chóferes se desentienden totalmente del cuidado de las cabinas donde trabajan. He llegado a encontrar agujeros en el suelo para deshacerse de la orina sin tener que parar”.
Nos encontramos con Michael Meadows justo cuando el sol se echa a dormir y los vehículos comienzan a desplegar su llamativa iluminación. Michael, de Carolina del Norte, lleva más de 25 años conduciendo trailers y desde hace cinco lo hace como autónomo.
Reconoce que ahora gana el triple, pero que por el contrario se enfrenta a otros problemas, como los costes de reparación y mantenimiento y la subida del fuel. Pese a todo, disfruta como el que más en este festival y aprovecha para exhibir, por dentro y por fuera, su precioso Peterbilt, que adquirió justo cuando se hizo autónomo.
“No quiero trabajar para nadie. En los últimos diez años, el precio de los portes se ha mantenido bastante, pero el mantenimiento de los camiones y el precio del fuel ha subido una barbaridad. Luego está el tema de las descargas.
Las empresas normalmente contratan su propio personal, pero si trabajas como autónomo, tienes que desembolsar unos 40 dólares por hora para que alguien te haga esa faena. De todas maneras -sonríe Meadows-, lo bueno del cambio es que ahora yo decido mi propia vida”.
Nos cuenta que hay empresas que controlan vía satélite todos los movimientos del vehículo. “Te dicen dónde tienes que comer, dónde repostar, y a mí, francamente, no me apetece más que nadie dirija mi vida. Ahora soy más feliz. Poseo mi propio camión y ¡fíjate cómo lo tengo! Una preciosidad”. Inapelable.
Sufren tanto como cualquier otro camionero. Dedican horas al cuidado de sus tesoros y se consideran, sin problemas, auténticos locos del camión. Michael J. Riggan, Mickey Gwillim y Michael Meadows, tres ejemplos de vidas dedicadas en cuerpo y alma a su pasión, que a la vez es su medio de vida. Para muchos, “frikis” del vehículo customizado. Pero en realidad, tres tipos corrientes que hacen, día a día, que su trabajo sea un poco más agradable.