Bueno, todo parece indicar que nos hallamos ya en un nuevo ciclo del panorama político nacional. También que hemos entrado en una fase que desde La Moncloa se han apresurado en calificar como de plan de austeridad. Pero nosotros, como buenos y bien domesticados conciudadanos, debemos ser serios y no hemos de reírnos o tomarnos a chirigota las propuestas del Ejecutivo. Entre otros aspectos, porque somos los que más vamos a padecer eso que ellos llaman ajustes.
Cómo se le puede quedar el cuerpo a cualquier hijo de vecino con la primera medida anunciada por el nuevo inquilino del palacio monclovita para atajar la crisis. Además, la suelta sin pestañear y sin el más mínimo rubor: congelar el salario mínimo interprofesional en 640 €. Dentro de ese proyecto ascético que se han propuesto, podrían empezar por atajar el derroche y el malgasto político de los fondos públicos. Ponerle coto a tanto desmán, al sinfín de las tropelías que se han cometido y cometen en las distintas autonomías, continúa siendo la primera asignatura en la que debieran aplicarse. Sobre todo cuando vemos en la actualidad cómo han sentado a dos presidentes autonómicos en el banquillo de los acusados.
Pero no, mira tú por dónde las medidas restrictivas las estrenan con el más débil de la baraja. Así, la partida les resulta más cómoda y plácida. Una cosa es la austeridad que preconizan a todas horas los evangelistas del despilfarro y otra la poca vergüenza con la que, suponemos, comulgan diariamente antes de abrir la boca en público. La vuelta de tuerca siempre se aplica sobre el más endeble, que, al fin y al cabo, es quien ya está habituado a la presión de la llave dinamométrica, a la apisonadora del alza de los precios y a todo lo que nos quieran subir. Todo exceptuando los salarios o los precios del porte, que hasta ahí podríamos llegar, claro está.
Y mientras tanto ahí seguimos, intentando enderezar el rumbo de todo esto ante un panorama un tanto desalentador: con los sueldos a la baja, con las tarifas un año más por los suelos, haciendo viajes en los que no se cubre ni el gasto del combustible, en plena subida de impuestos y con el gasóleo registrando otra vez eso que llaman máximos históricos. El incremento de los carburantes y el de los peajes agravan la ya de por sí complicada situación en todos los sectores del transporte.
Pero todo eso no les preocupa, ni a unos ni a otros. Y lo más curioso del caso es que no deja de sorprendernos, ni de indignarnos, sobre todo cuando ya deberíamos estar acostumbrados a no esperar nada de la clase política más allá de trabas o zancadillas. Porque eso ya nos lo han demostrado sobradamente unos y otros.