La concentración de Montehermoso no se celebra en ningún gran espacio, ni dentro de pobladas localidades, pero en ella puede sentirse más cerca el calor de la amistad. Lo primero que suele hacerse al llegar es bajarse del camión o del coche para dar un paseo entre los vehículos y ver quién se encuentra aparcado y listo para la fiesta. No pasa mucho tiempo hasta que alguien conocido te saluda con un apretón de manos. Si es la primera vez que acudes, no tardarás en hacer amigos con los que conversar a la sombra del camión sobre esta pasión-profesión que nos une. Éste era el caso de Alejandro “Jano”, transportista del madrileño pueblo de Villa del Prado, que vino con su familia y mostraba con orgullo en el salpicadero del camión la copa que le acreditaba como primer clasificado en la ronda española del campeonato de jóvenes conductores de Scania.
Pasado un rato después de aparcar, casi todo el mundo se da cuenta de que se ha entretenido y todavía no se ha inscrito, así que hay que ir a recoger el dorsal y la acreditación para las comidas a una mesa en la que, cómo no, son atendidos amablemente. Sentirte a gusto entre compañeros hace que se te olviden estas cosas. Poco a poco los participantes van llegando y saludan a golpe de bocinazo, la mayoría procedentes del pueblo donde han estado lavando sus camiones para que luzcan en perfecto estado de revista. Al final fueron unos 86 camiones y algunos coches clásicos, que también quisieron disfrutar de la fiesta, los que llenaron el aparcamiento del hostal-restaurante Las Minas.
José Luis y Mario, los alma máter de esta concentración, se multiplicaban para estar en todas partes y dar indicaciones a los conductores para que los camiones estuvieran bien colocados y así aprovechar al máximo el espacio, dejando sitio libre para que después de comer se pudiera celebrar la ya tradicional gymkana. En una esquina se instaló el campamento de Bodegotrans, cerca de ellos las carpas del Club Camión Cantabria y los camioneros clásicos prepararon una agradecida sombra en la zona donde estaban estacionados, con mesas, sillas y ricas viandas para estar más cómodos. Comer así con los amigos pasa de ser un mero acto de supervivencia a toda una fiesta.
En estos tiempos de tacógrafo, teléfono móvil y prisas, siempre nos recuerdan los mayores el compañerismo que existía antaño entre camioneros, y cómo hoy se ha perdido o no se pone en práctica. Esto es cierto en parte, porque aún se puede ver cómo resurge la chispa cuando aparca una góndola segoviana cargada con un camión clásico e inmediatamente se ve rodeada por aficionados que comienzan a desatar los amarres y ayudar en la descarga mientras saludan al recién llegado. Alguno de estos apasionados vinieron desde lejos en su coche, como el grupo de Julián, que un mes antes estuvo organizando la 9ª concentración del foro camionesclasicos.com en la navarra localidad de Enériz, o el maestro Santiago del Sol, que vino desde Alicante para no perderse esta reunión.
Sabiduría camionera
Y hablando de nuestros mayores, hay que hacer mención a Antonio García. Este pozo de sabiduría llegó circulando desde Plasencia con su Bedford de 1939, con el calmado andar que te da el paso de los años. Escucharle era como tener esa sección que a tantos os gusta, “Rutas de la memoria”, delante de ti. Y todo a cambio de unos agradecidos oídos que quisieran escuchar su historia desde que empezó a conducir camiones siendo adolescente y se tenía que asomar a la carretera antes de salir de la finca donde trabajaba para ver si estaban los Civiles patrullando por allí. Desde luego que era otra época, otro escenario, pero con los mismos actores de hoy en día.
Sin darte cuenta la mañana va avanzando y llega el momento de comer. Todos nos ponemos en fila para recoger el plato de paella que nos ofrece la organización, algunos haciendo bromas sobre los tiempos del servicio militar, y buscamos una mesa a la sombra para sentarnos y reponer las energías que gastaremos durante la tarde. La sobremesa se hace corta por la animada conversación y porque llegaba el tiempo de celebrar la gymkana.
Gracias a la experiencia de otros años se habían aparcado estratégicamente dos remolques para que el público pudiese disfrutar de las maniobras y animar a los participantes resguardados de los rayos del sol. Como buenos anfitriones, José Luis se subió a una de las tractoras cedidas para el concurso y fue realizando el recorrido, mientras Mario daba las explicaciones desde el suelo sobre la forma correcta de afrontar los obstáculos. Slalom entre los conos, detener el camión lo más cerca posible de una diana colocada en el suelo, aparcar marcha atrás en un lugar estrecho, golpear un globo colgado con el retrovisor de la derecha y derribar un tubo colocado verticalmente sólo tocándole con la rueda delantera fueron las pruebas a las que se tuvieron que enfrentar los participantes. En la comida del domingo los conductores mejor clasificados obtendrían su bien ganado reconocimiento.
Esperando el desfile
La tarde ya iba avanzando y el calor se hacía más soportable. En las estrechas calles, los mayores sacaban las sillas a la puerta de casa para charlar un rato con los vecinos, las terrazas de los bares comenzaron a llenarse de gente buscando refrescarse con una bebida y los niños salían a jugar en los parques a la sombra de la arboleda. Ése era el momento de hacer el desfile de los camiones, que se convierte en todo un acontecimiento en la localidad. Sentados en los bordillos de la acera, grandes y pequeños esperaban con impaciencia el paso de la multicolor caravana, escuchando cómo poco a poco el sonido de sus bocinas se iba haciendo más fuerte y más cercano. Al fin, en cabeza ven aparecer a los camiones con sus decoraciones y accesorios tuning. Tras ellos era el turno de los clásicos, más austeros en su decoración, como corresponde a la época en que poblaban nuestras carreteras manteniendo en marcha la economía del país.
Por último los americanos, con sus cromados y grandes tubos de escape, como si hubiesen salido de nuestros sueños de cruzar las vastas llanuras por las highways americanas. Pero los que más disfrutan son los que van en el interior de la cabina, compartiendo ese momento con los pequeños de la casa, con los compañeros de trabajo, bromeando por la emisora,… Sus sonrisas lo decían todo. Terminado el recorrido, volvieron al aparcamiento, donde una gran luna parecía querer acercarse y acariciar con su reflejo a los camiones que allí descansaban. Era la hora de ir sentándose a la mesa para cenar, comentar las anécdotas del desfile y continuar hasta la madrugada al ritmo de la música.
Despertar el domingo era una difícil tarea. Con pocas horas de sueño, una ducha y un cambio de ropa, en los ojos de los asistentes se podía apreciar que la noche había sido larga. Todavía quedaba tiempo para ir cargando los camiones clásicos, enganchar la plataforma y partir sin demora los que tenían un destino más lejano, como los cántabros. Quien se pudo entretener más tiempo se quedó hasta la comida. Pero todos ellos pensando entre despedidas en volver el año que viene a este rincón cacereño y reencontrarse con los amigos.
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