Ésta es una historia algo atípica en esta sección, y en general de la revista, pero centrada en la nostalgia y en la pasión por los camiones. Es un relato de lo que son las casualidades de la vida, o de aquello que nos decimos siempre de que el mundo es un pañuelo.
Ahora hace 40 años que Antonio Gramage, natural de Onteniente y residente en Montealegre del Castillo, un pequeño pueblo de Albacete, compraba de segunda mano un Ebro C-150 para distribuir el pienso que producía su factoría. Éste se unía al otro Ebro de “morro chato”, el B35, algo más grande, que componían la pequeña flota de Piensos Picovi.
El 3.500 kg y 17 CV fiscales con caja de madera, que en la época era opcional, trabajó en el transporte de pienso hasta 1984, año en el que Gramage enfermó, vendió los camiones y dejó toda actividad laboral, para no volver a iniciarse como empresario hasta 1987, una vez recuperado.
Pero esta vez, para introducirse en el mundo del cereal, aunque conservando el nombre de su antigua empresa, Picovi, S.A.; eso sí, esta vez con otros camiones.
Los años pasan y las empresas y actividades se suceden, pues como reconoce Antonio, ha emprendido muchísimos negocios a lo largo de su vida: “Me he dedicado al pienso, he sido cerealista, trapero, chatarrero, incluso cogía la paja y hacía balas para luego venderlas, hasta el ramo textil con pieles he tocado…”.
Pues bien, llegó el año 2008, momento en que le tocó jubilarse, pero ¿cómo podía parar en seco un hombre como Gramage?
Un buen día, yendo con su sobrino, profesional del transporte, en un desguace de Quart de Poblet, allí estaba, con la misma matrícula, pero ni mucho menos con el mismo aspecto que cuando lo adquirió de segunda mano en el año 72. “Poco me lo pensé, se lo compré al desguace por 550 euros, pero había que verlo cómo estaba”, recuerda Antonio.
Con paciencia y buena letra
Ya tenía un reto y una cruzada personal: llevar a cabo la restauración del Ebro C-150 que años atrás había cargado hasta las trancas de pienso.
“Ha sido una lucha constante, he acabado agotado de andar de aquí para allá buscando piezas y recambios, he tardado tres años en dejarlo como está, a base de dinero, disgustos y finalmente orgullo y satisfacción, aunque no creo que me embarque en ninguna otra restauración; fue un capricho”, destaca Gramage.
“Cuando lo abrimos, resulta que el bloque motor y la caja de cambios no estaban tan mal como parecía, sólo le hemos puesto segmentos y los inyectores nuevos. El motor lo hemos repasado y tiene mucha fuerza porque se trata de un grupo corto, al final le dejé el de serie”, puntualiza.
“El cambio es el de origen, con cuatro velocidades y la marcha atrás, y de sincronizado nada, al oído. Si no tienes oído, no puedes conducir el camión”, bromea Antonio.
En la restauración han intervenido alrededor de unas veinte personas, entre mecánicos, tapiceros y hasta un fabricante de muebles que hizo la caja de madera para el transporte de fruta, tal y como había sido en sus orígenes. La mecánica está repasada por completo: ballestas, suspensiones, etc.
El camión puede circular a una velocidad máxima de entre 60 y 70 km/h. “Gasta poquísimo, 7 litros a los 100 km. Sé que el camión está perfecto, está para ir allá dónde se quiera”, afirma con orgullo nuestro anfitrión. Apenas puede esconder la ilusión que le movió a recuperar el Ebro C-150 que un día castigó a base de sobrecargarlo de peso para que los viajes le fueran rentables y los números salieran.
En esta ocasión, la nostalgia de aquellos años gana a la razón, pues Antonio, ni siquiera nos aproxima una cifra del dinero que ha invertido en este pequeño camión, sólo nos cuenta algunos anécdotas: “Una luna puede costar alrededor de unos 100 ó 150 € a lo sumo; por esta pagué 1.100 euros en Guadalajara”, confirma Gramage.
“Es un capricho que he hecho a mi antojo y que les dejaré a mis nietos”, reafirma Antonio.
El habitáculo también goza de un excelente aspecto, pues ha tapizado los asientos en cuero blanco, así como el volante en el mismo blanco y marrón. La caja que esconde el propulsor se ha dejado en metálico, al igual que el cuadro de relojes, mientras que la guantera ha sido realizada con la misma madera de la trasera.
“Ahora creo que me equivoqué, que en lugar de dejar la caja frutera como antes, tenía que haberla cerrado y fabricarme una especie de pequeña autocaravana, con una cama y una minicocina, pues el motor y el camión están perfectos, así podría ir a ver a uno de mis hijos que vive en Alemania sin necesidad de coger aviones…”, concluye Antonio.
Hace ya un año que la recuperación del camión ya ha sido terminada. Todo está como Antonio quiere, los faros de origen, las llantas Scania adaptadas por él mismo, la parrilla frontal “deslumbra”, etc.
En la actualidad, Gramage utiliza el camión para fiestas del pueblo, cabalgatas de reyes, ferias, y además asiste a todas las concentraciones de camiones que puede para exhibir el resultado conseguido con su Ebro C-150. Su sobrino José Rafael le mantiene al tanto de las diversas concentraciones cercanas, pues es profesional de la rosca, y además, cuenta con un Peterbilt.
Precioso camion, me ha encantado escuchar su historia, yo ando restaurando un Ebro B-35-C del año 64, me hubiese gustado que subieran mas fotos del habitáculo y resto del camión.