En un garaje de la localidad lucense de Riotorto descansan dos antiguos modelos de Ebro, un B35 y un B35C, ambos perfectamente restaurados gracias a los desvelos de José García, un hombre que dedicó toda su vida al volante y que exhibe muy ufano estos dos viejos camiones de principios de los años 60.
Son dos viejos supervivientes de tiempos duros, casi heroicos, cuando las carreteras nacionales y las jornadas interminables eran una prueba para hombres y máquinas, a los que se exigía al máximo.
Al amanecer de un día gris invernal, muy propio de esta comarca del interior de la provincia de Lugo, José García abre su garaje para enseñarnos su flotilla de vehículos históricos, entre los que destacan relucientes dos camiones Ebro de principios de los años 60, restaurados hasta el último detalle.
José está tan orgulloso del trabajo de restauración al que han sido sometidos los dos camiones, que alardea abiertamente: “Si les encontráis una pieza de más de 10 euros que no sea de origen, os lo regalo”.
Comenzó a dedicarse de lleno a su afición por la restauración de vehículos después de prejubilarse y dejar el negocio en manos de su hijo y su yerno. En su garaje duermen una dorada jubilación un Seat 600, un Land Rover Santana de los años 70, una pick-up de los años 50 y un MG Migdet de los 60.
Pero los dos camiones Ebro son los que resumen y explican mejor la pasión de este hombre por los vehículos, una pasión fermentada durante sus largos años de profesión al volante del camión.
José hizo la ruta durante 29 años, entre 1965 y 1994: “Mi trabajo fueron toda la vida los camiones. Recorrí toda España durante 16 años, de ida cargado de celulosa de una fábrica de Navia y de vuelta con cereales y cerámica, habitualmente de la zona de Valencia y Castellón”.
También condujo cisternas para fábricas de piensos y trabajó en las obras manejando dumpers y bañeras, y todavía añora aquellos tiempos, para él, heroicos: “Era cuando no había tacógrafos ni autopistas, cuando las carreteras eran malas, cuando en sitios como el alto de Piedrafita, si te cruzabas con otro camión, a veces había que dar para atrás hasta un kilómetro. Era cuando se echaba uno todo el día cargando y toda la noche conduciendo”.
Lleva tan adentro su pasión por la ruta que todavía siente algo especial cuando comparte la carretera con sus antiguos compañeros: “Aún ahora, cuando voy por la carretera y me toca un camión delante, sigo un rato detrás, sin adelantarle, sencillamente porque me gusta acompañarlos. Mi mujer siempre me dice que por qué no adelanto de una vez, pero yo prefiero pasar un rato con ellos”.
En junio de 1998, José decidió abandonar los camiones y abrir un desguace en la vecina localidad de Meira, que ahora dirigen las nuevas generaciones de la familia. Ya con las manos libres, se dedicada a viajar buscando nuevas piezas para su particular colección.
El Ebro B35C, fabricado en 1964, fue la primera de sus adquisiciones y su hallazgo fue una pura casualidad: “Lo encontré en una finca de Adanero, cuando regresaba de unas vacaciones. Lo compré, junto con un Seat 1500 y un 600, que luego revendí. Eso fue allá por 2004”.
En este camión, José se ha hecho un pequeño autohomenaje y le ha pintado en las puertas el rótulo de Transportes García, que era su antigua empresa, en la que llevó todo tipo de camiones, desde un Nazar que ya conducía su padre hasta distintos modelos de Barreiros y MAN.
Nadie diría que el viejo Ford matrícula TO 20462 tuvo una vida tan agitada, pasando de mano en mano y de carga en carga durante 66 años, dado su impecable estado actual. Además, su proceso de restauración no fue excesivamente complicado: “Estaba en bastante buen estado a pesar de todos los kilómetros que llevaba encima.
De partes fundamentales no hubo que tocar demasiado, y la mayor parte del trabajo fue de chapa, pintura y detalles de origen”. Destaca de forma especial su caja de laterales rígidos, capaz de cargar casi cinco toneladas, perfectamente reconstruida en madera, según el modelo original.
El B35, pintado con su color rojo original, es su adquisición más reciente, lo compró en 2010: “Era de la empresa Materiales de Construcción Díaz, de Vegadeo. Lo dieron de baja en 1984 y lo vendieron a un chatarrero de Puentenuevo, en Lugo, quien a su vez se lo vendió a Construcciones Peña, que fue a quien acabé comprándoselo yo”.
Para este viejo luchador, su última adquisición es un motivo de orgullo especial, tanto por el resultado conseguido como por el esfuerzo realizado: “Fue el más difícil de restaurar de los dos. Hubo que desmontarlo completamente y cambiar un montón de piezas, pero estoy completamente satisfecho con el resultado. Hace sólo un par de días que pasó perfectamente la ITV”.
El Ebro B35, fabricado en 1963, ha sufrido un exhaustivo trabajo de reconstrucción y está cuidado hasta el último y más mínimo detalle, algo que no deja de destacar su propietario: “Mira. Incluso lleva la luz azul, que era la luz de ‘enterao’, que quería decir que sabías que iba alguien detrás, mirando de adelantar.
Fue una normativa que duró seis o siete años”. Inquieto, sube y baja de la cabina para mostrarnos otra serie de detalles tan originales como curiosos: la correa de cuero que permitía subir y bajar los cristales de las ventanillas o el suelo de la cabina, de madera reforzada con hierro: “Como veis todo está tal y como cuando salió de la fabrica. Hemos cuidado hasta el último detalle”.
José reconoce que ésta no es una afición barata, pero afirma que ése no es el principal problema de la restauración de vehículos antiguos de gran tonelaje: “Lo más difícil es dar con un chapista que sepa bien lo que hace, porque la restauración no es sólo dejarlos bonitos, sino que queden en perfecto funcionamiento y que duren. Y luego localizar la pieza de origen, claro. Eso también es bastante problemático. Yo las consigo sobre todo en casas especializadas de Barcelona y Villareal, en Castellón”.
Testigos de tiempos duros
Los dos camiones que José García Bouso guarda en su garaje de Riotorto pertenecen a una época histórica difícil para la industria nacional. Ambos modelos suponen los primeros lanzamientos de la compañía Motor Ibérica, S.A., creada en 1955 tras la nacionalización de la Ford en España.
Eran tiempos muy difíciles para la escuálida industria nacional, que a duras penas podía proporcionar los materiales necesarios para el montaje de estos vehículos. Incluso la empresa Motor Ibérica se vio obligada a comprar una mina de hierro, destinada a la exportación, para poder conseguir las divisas imprescindibles con las que adquirir en el extranjero la maquinaria necesaria para equipar la fábrica que finalmente se instalaría en la Zona Franca de Barcelona en 1967.
El modelo Ebro B35, de 1963, es prácticamente una copia del Ford Thames (Tamesis), fabricado en Inglaterra, hasta tal punto que incluso para el modelo español cambiaron el nombre del río inglés por el del español Ebro.
Fue el camión más popular de su tiempo y su robustez permitió que durante décadas su figura fuese habitual en todos los rincones de la geografía española.
Ebro B35C, de 1964, es prácticamente igual al modelo de 1963, pero con unas ruedas más pequeñas y el morro sensiblemente más corto, por lo que pronto fue conocido popularmente como la chata. Motor Ibérica lo lanzo al mercado como un modelo destinado especialmente al reparto. Ambos estaban equipados con un motor diesel de cuatro cilindros.