A la caza del Peterbilt Rock Bottom

·  Un post de Míriam Ballesta
Tiempo de lectura: 9 min.

Doblada por la mitad en la guantera del Chevrolet Cruze con el que acabo de salir de Wichita conservo la hoja con la foto del impresionante Peterbilt Rock Bottom.

Está descolorida por el paso del tiempo –la arranqué de un ejemplar del “10-4 Magazine” en un hotel de Arizona en julio de 2007– y, pese a que está fuera del alcance de mi vista, la imagen del camión rebota en mi cabeza mientras despunta un nuevo día en las llanuras de Kansas.

Peterbilt Rock BottomVoy rumbo norte hacia Iowa por la Interstate 35. Llevo dos días de viaje y el horizonte sigue plano. Ni una ladera, ni un cerro.

Un paisaje que cumple estrictamente con la definición que me había hecho el chico del rentacar: “Una llanura eterna”, me dijo.

“Pon música y paciencia. ¿Te gusta el country? KFKF 94.1 FM. Está programado en el número 3”. Son apenas las 6.20 de la mañana y en mi cabeza ya baila la foto, la presa que esta vez no se me va a escapar.

Primeros rayos del día, me ajusto las gafas de sol y subo el volumen de la radio, donde Hank Williams canta “oye, encanto, ¿qué estás cocinando? ¿Qué te parece si cocinas algo conmigo?”. La KFKF no defrauda. Igual que el Midwest.

Cuando, hace diez años, me hice con la foto del Peterbilt Rock Bottom, alguien me dijo que si quería hablar con el conductor lo encontraría en Walcott, en el festival Truckers Jamboree, de la estación Iowa-80. Perfecto. Hacia allí me encaminaba con mi compañero Jesús García, así que di por sentado que el imponente Pete no se nos escaparía. Peterbilt Rock BottomError.

Al llegar a Iowa, el Rock Bottom no aparecía en la lista de inscritos. Me acerqué a preguntar a la carpa de prensa y, tras comprobar la lista, la chica encargada me confirmó los peores presagios: “El dueño lo cambió por otro en el último momento. Lo siento”.

Para superar la noticia, me acerqué al bar del festival y pedí “two burbon, please”, porque si uno ha visto cine, sabe que en Estados Unidos no hay nada que ahogue las penas mejor que el güisqui de maíz.

Acto seguido me dijeron que “sorry” pero que no iba a poder ser, porque en todo el recinto no se servía ni una gota de alcohol.

Me tragué la desilusión con la misma sobriedad que un pastor metodista, volví a mirar la hoja arrancada, aquel titular –”Ganador del Big Rig Build Off de 2007 en Kentucky”– y guardé la página entre las cosas de valor. La próxima no te escapas, me dije.

Cara a cara

Eso fue hace una década. Ahora, llevo todo el día al volante. Me he chupado más de 700 km –Kansas City, Des Moines, Iowa City– y por fin estoy a punto de llegar al Truckers Jamboree. El reloj del Chevrolet dice que han Peterbilt Rock Bottompasado nueve horas desde que salí del motel esta mañana.

Echo un vistazo fugaz a la guantera y pienso: “No, han pasado diez años desde que salí”.

Estoy molido, pero no más que los camioneros que me adelantan por la I-80 con sus enormes tráilers, sus cromados, sus morros americanos. Recuerdo las historias que nos contaban en el primer viaje: rutas de meses fuera de casa, de jornadas infinitas, de soledad.

De qué me voy a quejar yo, me digo mientras, por la KFKF Tennessee, Ernie Ford canta aquello de “otro día más viejo y más endeudado. San Pedro, no me llames porque no puedo ir. Mi alma pertenece a la compañía”.

Paso por delante de mi motel y a punto estoy de girar hacia el parking. Pero no puedo. El festival está a 5 km de aquí y tengo que saber si el maldito Pete ha venido este año. En la web salía su nombre dentro de la categoría Vehículos de Exhibición.

Lo he mirado treinta veces en las últimas semanas. Y ayer ahí seguía: Peterbilt 379 Rock Bottom de Canton, Michigan. Estado: CONFIRMADO. Llego a la estación Iowa-80, aparco, me bajo a toda prisa, sin cámara, sin libreta, con la camisa medio desabrochada, como quien anda buscando bote salvavidas en el Titanic. Tras diez minutos sorteando gente y vehículos, me encuentro cara a cara con el Pete.

Los últimos rayos del día tintan de rojo fuego al camión y la escena se me antoja cada vez más al duelo final de “El hombre que mató a Liberty Valance”, solo que me es imposible saber si yo soy James Stewart o Lee Marvin.

En cualquier caso, ambos vamos desarmados: yo, sin mi cámara; el Pete, sin conductor (la cabina está cerrada y nadie sabe dónde está el dueño). Echo un vistazo al cartel: Driver, Lynn Ragels. Ese es mi hombre. Mañana volveré, Lynn Ragels. Ahora, me voy a dormir.

¿Quién es Lynn Ragels?

Tirado en mi cama con la hoja descolorida en mis manos, esa noche repaso la descripción que daba el “10-4 Magazine” hace una década: “Peterbilt 379 de 1995 perteneciente a la empresa de transporte de vehículos Reliable Carriers; customizado desde el paragolpes delantero hasta los guardabarros traseros, con motor Caterpillar 3406E de Peterbilt Rock Bottom435 CV de potencia.

Fue construido por Jim Raines, de S&J Truck Sales, en Fort Wayne, Indiana. En su elaboración también han participado otras empresas”.

El Peterbilt original había sido retirado justo un año antes, en 2006, y el vehículo resultante, el Rock Bottom, acababa de ganar el concurso de customizados del Mid-America Trucking Show de Louisville, Kentucky, uno de los eventos de camiones más importantes del país.

“El proyecto arrancó con la cabeza del Pete y dos raíles desnudos del chasis a los lados”, decía uno de los párrafos. “En el taller se recortó la altura de la cabina en 7 pulgadas (18 centímetros) y se transformaron también las puertas de acceso”.

Un tal Dave Jones construyó un capó customizado con unas defensas descomunales, mientras otro artista se encargaba de la mayoría de las piezas de acero inoxidable que salpican al Peterbilt de arriba abajo.

Michael Raines fue el encargado de diseñar los soportes de las luces delanteras y Hoosier Truck & Trailer aportó su pericia con la pintura.

Peterbilt Rock BottomEn definitiva, un trabajo coral para transformar un vehículo de trabajo en una pieza de museo de 310 pulgadas de longitud (7,87 metros), armado con dos escapes laterales cromados, una plataforma de acero sobre el chasis y guardabarros sobredimensionados.

“Las defensas, la parrilla y el capó convierten este Peterbilt de 1995 en una camioneta pick-up de los cincuenta hinchada por esteroides”, comentaba la revista con ironía.

El caso es que a primera hora de la mañana me dirigí con la cámara al hombro y el estómago vacío –si uno ha visto cine sabe que en Estados Unidos se va a los duelos en ayunas– rumbo a mi incierto destino.

En poco más de 45 minutos ya tenía las fotografías que necesitaba. El problema: que por allí seguía sin aparecer el conductor del Peterbilt y que esa misma tarde yo tenía que partir rumbo este. Durante las siguientes cinco horas me dediqué en cuerpo y alma a encontrar al tal Lynn Ragels. Volvía cada veinte minutos al vehículo con la esperanza de verlo dentro. Nada. “Acaba de marcharse”, me decían unas veces.

“Lo he visto en la zona de barbacoa”, me decían otras. “¿Pero a quién buscas, a Peterbilt Rock BottomLynn o a su hermano Glenn?”. A media mañana me entero de que Lynn tiene un hermano gemelo. Perfecto, me digo. Mis probabilidades de encontrar al conductor se acaban de duplicar.

En el stand de la empresa dueña del vehículo –Reliable Carriers– siguen diciéndome que Lynn está por aquí pero que no saben dónde. Me dan un número de teléfono y me paso las próximas dos horas probando suerte.

Nada: si ese es el número de Lynn, el tipo ha dejado el teléfono olvidado en un cajón. Son las 15.00 horas y no puedo retrasar más la salida.

Me llevo una victoria a medias, pienso mientras me ajusto el cinturón y arranco el Chevrolet.

Circulo por la I-80, el reloj del salpicadero marca las 18.20 horas… y suena el teléfono. Me coloco en el arcén, silencio Peterbilt Rock Bottoma Johnny Cash en la radio, descuelgo y grito “¡Hello!”. Al otro lado, unos segundos de ruido hasta que por fin alguien me dice “Hola, soy Lynn Ragels. Me han dicho que me andas buscando”.

Me cuenta que él y su hermano hace 35 años que trabajan en equipo, que se encargan del Rock Bottom cuando hay que llevarlo a festivales, y que el vehículo todavía tira de tráiler cuando se necesita hacer un envío urgente y no hay nadie más disponible.

Poco más. El resto de la conversación la paso explicándole que llevo diez años detrás de él y su montura.

Lynn ríe y me invita a volver en diez años: “Así nos conocemos en persona”. Río con él y le digo que sí. Me ajusto las gafas de sol, arranco y vuelvo a subir el volumen de la KFKF. Lynn Ragels no sabe que se acaba de convertir en Liberty Valance.

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