Baco, en la mitología romana, y Dioniso, en la griega, eran las deidades del vino. Auténtico elixir de dioses y mortales, el vino representa además tradición y cultura, idénticas virtudes que la restauración de vehículos clásicos industriales.
Aunque hoy ya no tienen la misma presencia que antaño, los vinateros eran habituales en los barrios y diputaciones de Cartagena. La posibilidad de acercar cualquier tipo de bebida a la puerta de los clientes hacía que sus servicios fueran muy apreciados y hasta imprescindibles.
Hay que pensar que, por entonces, ni todo el mundo tenía vehículo propio ni existían los supermercados tal y como los conocemos hoy en día. Hablamos de pedanías, barrios o diputaciones lo suficientemente alejados de núcleos habitados importantes, que dependían de este tipo de servicio ambulante.
Como complemento a la venta domiciliaria, era habitual que los vinateros dispusieran de sus propios negocios en locales. Las llamadas bodegas. Bodegas que, en muchos casos, eran a su vez cocheras donde se guardaban los vehículos.
El negocio de los Bernal lo comenzaron los hermanos Juan, Ginés y Fulgencio Bernal, y se mantiene actualmente en diversas localizaciones de la comarca cartagenera, una vez la familia fue creciendo. En el año 1966 adquirieron un Ebro C-150 nuevo que carrozó Beltrampalma.
Una sencilla caja de laterales fijos, con posibilidad de llevar arquillos en la parte superior para poder rematarlo con su lona en caso de necesidad. Con este camión no solamente distribuían bebidas a su clientela, sino que frecuentemente efectuaban viajes a la vecina comunidad castellanomanchega, desde donde traían vino para su posterior distribución. El camión estuvo funcionando hasta 1993, año en que se decidió pararlo.
El conductor habitual del camión era Fulgencio Bernal Martínez, quien se lo regaló a Bartolomé Bernal Nieto, primo hermano suyo a quien ilusionaba mucho su recuperación.
Desgraciadamente, Bartolomé falleció y fue su hermano Juan Pedro el que hizo suyo el deseo de su difunto hermano. Hay que decir que Juan Pedro Bernal Nieto está vinculado al mundo del transporte por carretera, dispone de una empresa que efectúa la distribución peninsular (incluidos archipiélagos, Ceuta y Melilla, además de Portugal) de los ascensores Zardoya Otis, así como materiales relacionados con ellos.
Volviendo al Ebro, el camión estuvo durante bastante tiempo en un cercado de la barriada de El Bohío, a las afueras de Los Dolores. En este cercado hay un taller mecánico, que es donde pude hacerle las primeras fotos allá por 2005.
La persona que estaba en el taller me habló entonces de que el dueño pensaba restaurarlo. Pasó el tiempo y dejé de ver el Ebro en este lugar, por lo que me presagiaba un mal final.
Cinco años después resurgió la historia, afortunada a la postre, del Ebro C-150. Juan Pedro finalmente había puesto en marcha la maquinaria encargada de la restauración del pequeño camión, mientras que Basculantes Ureña se encargaría de ello. Previamente, motor, dirección y frenos habían sido reparados por parte del taller que antes mencioné.
Así que, de forma pausada, pero sin parar en ningún momento, el camión fue poco a poco cambiando de aspecto. Los trabajos empezaron por el desmontaje de la carrocería. La chapa no presentaba, en general, un mal estado, por lo que no requería gran faena.
No obstante, se arregló donde se precisó: puertas, paragolpes, depósito de gasoil, calandra, capó, etc. Se desmontó todo para poder llegar a lugares de difícil acceso.
Las nuevas instalaciones de Basculantes Ureña disponen de cabina de pintura, por lo que los trabajos de pintado se fueron haciendo allí mismo. Externamente se requirieron neumáticos nuevos, cromado de diferentes partes del Ebro, tapizado de asientos e interior de la cabina, elaboración de la lona y reemplazo de todo el circuito eléctrico, en este caso, por parte de talleres El Torrao, de Cartagena.
Si hacemos historia, durante muchos años este barrio ha aglutinado dos aspectos que lo convertían en el número uno del término municipal de Cartagena: por un lado era, al margen del casco urbano, donde se concentraba el mayor número de habitantes del censo municipal y, por otro, el lugar de esta ciudad que acogía la mayoría de las empresas y autónomos del transporte de mercancías por carretera.
La arteria principal del barrio es la calle de Floridablanca, vía que forma parte de la carretera nacional N-301 (Madrid – Cartagena). Aunque hoy en día tiene un carácter marcadamente urbano, por su trazado han desfilado innumerables camiones durante décadas.
Y es que Los Dolores no concibe su historia más reciente sin el camión y todo lo que alrededor de él se mueve. Paseando por sus calles más antiguas, descubrimos muchas viviendas con su correspondiente puerta grande de cochera adosada.
Los camiones, cuando no trabajaban, dormían en sus respectivas cocheras, junto a la casa de sus propietarios. Eran el sustento familiar y se les mimaba todo lo posible. Dentro de esa particular liturgia, las calles se poblaban de camiones los domingos y festivos, que era cuando se les efectuaba el mantenimiento, para finalmente lavarlos.
Las familias al completo se implicaban y afanaban en estos trabajos. Eran tiempos en los que el camión era algo más que una máquina.
No es exagerado decir que Los Dolores vivía del camión. Esta situación se prolongó desde comienzos del siglo XX hasta mediada la década de los ochenta. Paralelamente a las empresas de transporte y autónomos, existían distintos talleres de mecánica, chapa, ballestas y, sobre todo, varias empresas carroceras de camiones, entre las que destacaban dos: Carrocerías Beltrampalma y, más aún, Carrocerías Segundo Ureña.
En el caso del Ebro de nuestro reportaje, su carrocería de tipo frutero fue construida por Beltrampalma. Cuarenta años después, en Basculantes Ureña, la por aquel entonces competencia, ha sido donde la restauración del Ebro C-150 ha tomado forma.
La carrocería es, sin duda, donde mejor se resume el resultado final. Y si hablamos de la carrocería, no tengo más remedio que destacar la figura de Fernando Ureña, hijo del fundador de la empresa, de nombre Segundo, con quien establecí una sana complicidad.
De su boca escuché multitud de anécdotas sobre aquellos tiempos difíciles, de mucho trabajo y no pocas penalidades. Para que el lector se haga una idea, los primeros trabajos realizados por Fernando y sus hermanos fueron carros, de manera que el taller donde los construían y reparaban era el propio domicilio familiar.
Con orgullo recuerda esa etapa, y por eso no es de extrañar que un carro de carga y una tartana presidan la entrada a las oficinas de Basculantes Ureña, dicho sea de paso, construidas recientemente por el propio Fernando.
Decir que en Basculantes Ureña me han tratado como a uno más de ellos es poco. Me he sentido como en mi casa, y ya se sabe que como en casa, en ninguna parte. Me recreé mucho viéndolo trabajar y le hice mil y una fotos.
Mi agradecimiento a Juan Pedro Bernal Nieto, responsable de que un camión emblemático, como este Ebro C-150, vuelva a resurgir con fuerza. Cartagena y comarca siguen dando nuevas alegrías a la afición de nuestros clásicos industriales. Juan Pedro ha puesto un eslabón más en esta cadena que no para de crecer.
Tras la andadura del Ebro B35/B45, Motor Ibérica desarrolló la nueva serie a la que llamó C. En distintas etapas lanzó una familia de modelos que arrancaba con el C-150 y que finalizaba con el C-700. El C-150 era un camión con un PMA de 3.500 kg, ideal para reparto urbano, que presentaba la ventaja de que se podía conducir con el permiso de la clase B.
Con un reparto muy acertado de pesos y unas dimensiones ajustadas, prontamente se hizo con un hueco propio en el mercado nacional. Ese claro aire urbano hizo que posteriormente se desarrollara un modelo carrozado en fábrica como furgón cerrado, denominado C-152, que tenía como peculiaridad las puertas delanteras correderas y el eje trasero de rueda sencilla. Aunque de forma testimonial, todavía se puede ver algún ejemplar de C-150 trabajando.