El virus del viajero explorador recorre las venas de Marianne (37 años) y Gaëtan (36 años) desde que tienen uso de razón. Esta pareja de belgas lleva más de una década recorriendo el mundo a ritmo pausado, lejos de aeropuertos, impregnándose de paisaje y paisanaje.
Su última aventura: recorrer África con sus tres hijos –de once, ocho y cuatro años de edad– a bordo de un Renault Saviem con más vidas que un gato.
Tras varias aventuras en América del Sur, Marianne y Gaëtan necesitaban descubrir una cultura nueva, esta vez, además, lejos de todo lo conocido. África sigue siendo un imán para los viajeros que aún se preguntan cosas. Para la pareja belga, el rechazo de Europa a la emigración les ayudó a tomar la decisión: “Queríamos hacer el viaje en la dirección contraria”, cuenta Gaëtan.
El proyecto quedó definido: montarían con los tres niños en un Renault Saviem de 1983 y recorrerían África durante algo más de un año, a merced de la mecánica de un vehículo ochentero. ¿Arriesgado? Bueno, dicen que un barco está más seguro en el puerto, pero para eso no se construyen los barcos.
En su haber estaba la experiencia. La primera expedición, en 2006, les llevó de Ushuaia a Cuba durante 9 meses; a la segunda, en 2013, ya se incorporaron Diego y Noam, de 5 y 2,5 en aquel entonces.
Otra vez Sudamérica, pero esta vez a bordo de un Nissan MD21 pick- up con una Bimobil y más de 300 días de aventura. El tercer miembro de la familia, Ben, llegó en 2015 y poco después se lanzaron a recorrer Albania durante un mes incrustados en una Peugeot Partner.
El plan de la familia Maquet para su nueva aventura era asaltar el continente africano en un viaje de algo más de 30.000 km y 15 meses, desde Bélgica hasta Marruecos, de allí hasta Benin, siguiendo la costa atlántica, y de Benin de vuelta al norte por ruta interior.
Apenas les quedan ya tres meses de ruta, así que aprovechamos para ponernos en contacto con Marianne y Gaëtan y que nos cuenten qué tal está la familia –incluido Big Flo, que es como llaman al Renault.
Encaran la recta final de la aventura y “la experiencia está siendo inolvidable”, cuenta Marianne. De momento, el único mal trago de verdad ha sido la hospitalización de los niños por malaria, hace ya unos meses. El resto, un sinfín de vivencias que ya forman parte del álbum familiar de los Maquet y, sobre todo, un aprendizaje para todos.
En estos doce meses, la retina de los cinco miembros y la cámara de Gaëtan han capturado lugares increíbles como las cataratas de Fouta Djalon, en Guinea Conakry; las aguas cristalinas de Grand-Béréby, en Costa de Marfil, o las cuevas de Nok en Togo; así como encuentros maravillosos con otros viajeros, con mecánicos que parecen hechiceros, y hombres y mujeres que antes de hablar sonríen y te sirven un té.
Su día a día, obviamente, ya nada tiene que ver con la realidad que dejaron en Bélgica. “Queríamos hacer una pausa de nuestras ocupadísimas vidas europeas –ella es maestra; él trabaja en un centro de llamadas de emergencia–, regresar a lo esencial y disfrutar de las cosas simples”, explica Marianne.
“Siempre nos ha gustado conocer cómo se vive en otros lugares –añade Gaëtan–, verlo con nuestros propios ojos, y enseñarles a los niños a tomar conciencia de lo que significa respeto, que aprendan otras culturas, religiones y maneras de pensar”.
Un titán de los de antaño
La filosofía de volver a lo esencial les llevó a elegir un vehículo totalmente mecánico. “Nos encanta tomar caminos secundarios, así que teníamos claro que necesitábamos un 4×4. Además, que costara menos de 25.000 euros, sin electrónica y con permiso para cinco viajeros”, cuenta Gaëtan.
Tras varios meses buscando por Internet sin éxito, se toparon en el norte de Francia con el Saviem, por pura casualidad, volviendo a Bélgica por carretera.
Pertenecía a una pareja de jubilados que hacía diez años que lo tenían, pero no lo habían usado mucho (marcaba 75.000 km). Había tenido dos dueños anteriormente, perteneció en algún momento al cuerpo de bomberos y se había reformado una sola vez.
Para la pareja belga, el modelo no les era desconocido. En alguno de sus viajes ya se habían cruzado con viajeros a bordo de un Saviem, así que en apenas 15 días tomaron la decisión y en septiembre de 2017 se hicieron con el vehículo.
El camión ya estaba bien equipado, pero lo remataron rápidamente en los últimos dos meses antes de la partida añadiendo las tres literas de los niños y más compartimentos para almacenaje. Además, abrieron dos ventanas extras, instalaron un nuevo sistema de iluminación interior y exterior. La guinda la puso la madre de Gaëtan, que cosió nuevas cortinas y tapizado para el salón del Renault.
El Saviem se está portando como un titán. La pareja alaba su capacidad para superar todo tipo de terrenos. Como contras: un consumo elevado (25-30 litros a los 100) y una altura (3,80 metros) en ocasiones problemática cuando hay árboles o líneas eléctricas cerca.
Con ya más de un año de traqueteo sobre todo tipo de superficies, Big Flo solo ha sufrido la ruptura del eje trasero y un problema en un neumático. Poco más. “El hecho de que no haya electrónica es una ventaja para nosotros, ya que los mecánicos aquí son mucho más competentes con este tipo de vehículos que en Europa”, asegura Gaëtan. Para Marianne, “aquí nada es imposible. Los mecánicos son magos y cuando se necesitan piezas de recambio, ¡siempre aparece una cueva de Alí Babá!”.
Rumbo a casa
Para Marianne y Gaëtan, compartir con sus hijos una aventura así no tiene precio. Para los tres pequeños, los sentimientos difieren según la edad. “Aunque lo hemos pasado muy bien, algunas veces se cansan de nosotros”, reconoce Marianne.
«El pequeño, Ben, está encantadísimo. Tiene todo lo que necesita: familia y amigos allá donde va; a Noam, de ocho años, le gusta estar con nosotros, es un explorador, pero disfruta menos cuando tiene mucha gente alrededor; y para Diego, de once años, la cosa es más difícil. A veces le gustaría volver para ver a sus amigos y tener una vida como cualquiera, con tele, una casa, etc.”.
La brújula de los Maquet ya apunta hacia Bélgica. Sus cabezas empiezan a filtrar y asimilar todo lo aprendido –“apertura, respeto y conciencia ecológica, económica y social”– y las imágenes de Gaëtan ya forman parte de su memoria colectiva. La única duda, de momento, es saber qué va a pasar con Big Flo.
No tienen claro si la van a intentar conservar para hacer viajes cortos por Europa o si su futuro está con otra familia y en nuevas aventuras. De lo que no tienen duda es de que el Saviem aún tiene por delante muchos años de vida. “Como dice en África: ¡es un bebé!”.