El bombero no elige antes de empezar el día dónde va a ir, pero allá donde entre en acción, un viento favorable lo hará avanzar en sentido directo al auxilio… y siempre, siempre, con un camión a su lado.
Ves un camión como el de este reportaje y te plantas ante un tío como Miguel Hernández Asensio, oficial de bomberos en el Ayuntamiento de Valencia, y ya se pone uno en modo “dar cera, pulir cera” (permítaseme el símil por encontrarme devorando con mi hija de 17 años una secuela de la imperecedera “Karate Kid”), porque sabes que de aquí vas a salir con muchas cosas aprendidas.
De hecho, el par de veces que tuve que aplazar mi entrevista fue por encontrarse este ejerciendo de instructor en un curso de formación.

“En 1982 entré en el cuerpo como bombero-conductor, pero con el tiempo he ido adquiriendo otros cometidos, hasta llegar al actual –nos detalla–, que consiste en coordinar las unidades a la hora de encarar una intervención. Ahora ya no voy en camión, sino que salgo con un ligero.
Mi experiencia como arquitecto y aparejador hace que en la actualidad imparta un curso relacionado con diversas patologías en las edificaciones y actuaciones de urgencia derivadas de las mismas, como refuerzos, apuntalamientos y demás”.
Miguel, aunque nacido en Castielfabib, reside desde hace tiempo en la también valenciana Alboraya. No obstante, para conocer la historia de su Pegaso 1135/1, ese con el que nuestro protagonista volvió a tener entre sus manos el volante de un camión de bomberos, hemos de viajar un poquito más al norte.
“En 2019 estaba en un viaje por la provincia de Burgos y atisbé un desguace con 3 vehículos iguales a este. Entré al recinto y tuve una conversación más o menos similar a esta: ¿Estos tres vehículos funcionan?… Sí… ¿Cuál está mejor?… Este… ¿Lo puedo arrancar?… Solo por estas instalaciones, porque está de baja… ¿Pero tiene el certificado de achatarramiento?… No… Entonces lo puedo rehabilitar, así que mañana vengo a por él”.
Un cuñado de su hermano vino a buscarlo en una góndola al día siguiente y listos. Este camión, matriculado en 1983 y operativo hasta 2018, había sido adquirido en su día por la Diputación de Burgos, asignándolo a un parque de voluntarios de la ciudad de Lerma.
Se trata de un Pegaso de 170 CV que supuso la transformación del chasis 1065 Europa, al cambiar la cabina redonda por la cuadrada. Del modelo 1135/1 se cuentan escasísimas unidades, pues al poco arribaron modelos como el 1135/30, 50 o 60, con otras motorizaciones.
A pesar de las más de tres décadas de vida del vehículo que Miguel acababa de adquirir, los kilómetros rodados no pasaban de 30.000, pues ya se sabe que, aunque exigidos en determinadas labores, un camión de bomberos no hace grandes rutas y duerme prácticamente siempre bajo buen techo.
Hernández ni se planteó cambiar el característico rojo bomberil y dejó la pintura tal cual estaba, para no desprenderse de cierta autenticidad adquirida con los años. En la chapa tampoco fueron necesarios arreglos, pues la poca exposición continuada a los agentes atmosféricos la mantuvieron sin óxido ni deterioros de relevancia.
“Las faldillas de los guardabarros sí decidimos cambiarlas, pero el elemento que más nos exigió fue la transfer de fabricación alemana Rosembauer R280, que es la que dota de potencia a la bomba contra incendios.
En un momento dado nos dimos cuenta de que el motor se paraba al poner la toma de fuerza de la bomba, ya que la misma estaba cogida y no giraba adecuadamente al tener oxidados algunos de los rodetes y estoperas. Teníamos unas vacaciones por delante, así que desmontamos pieza a pieza la transfer y la acabamos dejando en perfecto estado”.
El hecho de que nuestro hombre hable siempre en primera persona del plural responde a que su hijo, el joven Miguel, ha estado también implicado en todas las decisiones tomadas alrededor del Pegaso.
De hecho, este último, que estudió Bellas Artes y actualmente oposita para formar parte del cuerpo de bomberos, fue quien materializó la idea de crear el logotipo que luce a ambos lados de la cabina con la leyenda Serviam, que en latín viene a significar algo así como “para servir”.
El transfer puesto al día por los Miguel, padre e hijo, cuenta con dos cuerpos: Uno es de baja presión, con caudal de 10 bares, capaz de expulsar 3.000 litros de agua al minuto; y el segundo, con 40 bares de presión, lanza unos 400 litros al minuto.
“En incendios a ras de suelo, como puede ser el de una industria, cuanto más alto sea el caudal de agua, mejor. Sin embargo, cuando se trata de fuegos de altura, como el de un edificio –argumenta Miguel–, lo preferible es que la presión del agua sea grande, para llegar más arriba”.
Por la cabeza de Miguel Hernández ronda la idea de adquirir algún día un Pegaso Escalera Bomberos con el que difundir la cultura de la prevención de incendios y divulgar conceptos básicos en concentraciones como las de Alcañiz, Torrebaja, Teruel, Alcocéber, Utiel o Requena, por citar algunas donde este Pegaso ha estado.
Su propósito es encontrar un Pegaso de bomberos y, en este caso, con doble cabina, para que toda la familia pueda desplazarse junta. Tenerlo todo en uno no va a resultar sencillo, pero cuando los Hernández se arremangan ante lo esencial, los retos acaban por mostrarse más cercanos.